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viernes, 17 de diciembre de 2010

Capítulo 6

Amiga, he luchado por mentirme y creer que no siento esto. Este sentimiento horrible y peligroso que es la envidia. Te prometo que he luchado. He luchado hasta que mis fuerzas han agotado la última gota de aire”


Natalia se despertó por quinta vez aquel día. Estaba tan cansada... no solo por llevar muchas horas sin comer a penas nada: las pesadillas la habían dejado completamente agotada. El día lo había pasado durmiendo casi en su totalidad, y todo lo que había soñado tenía relación con Lucas y Ruth. Y cada vez que se despertaba, su cabeza seguía dándole vueltas a lo mismo. Pero es que no era capaz de pensar en otra cosa...

Haciendo un enorme esfuerzo se incorporó para beber un poco del agua que su madre había dejado en la mesita de noche. Después se volvió a acurrucar en la cama, dejando las sábanas enrolladas a sus pies: hacía un calor espantoso.

Aún no podía creer que Lucas, el único chico al que había amado en toda su vida, y Ruth, su mejor amiga, se hubieran besado. Aunque bueno, tampoco era algo tan extraño. De hecho, era lo más normal del mundo y ella debería haberse dado cuenta antes de que sucedería tarde o temprano. ¿Cómo iba Lucas a resistirse a la encantadora y perfectísima Ruth? Agarró su almohada, se tapó la cara con ella, con fuerza, y gritó hasta que sus pulmones no pudieron más. Después se destapó el rostro, jadeando. Un pañuelo... Pensó, riendo con ironía. ¿Se puede ser más estúpido? Se dio la vuelta buscando una postura en la que se encontrara cómoda. Era inútil, hacía demasiado calor. ¡Nos hemos besado! Imitó en su mente la voz de Ruth, con rabia. Qué estúpida ella también. ¡Qué estúpidos los dos! De nuevo se incorporó, quedando sentada. Una lágrima resbaló por su mejilla y cayó en la cama.

Respiró hondo, intentando calmarse, ya que lo único que le parecía bien en ese momento era la idea de romper todo lo que estuviera a su alcance. Destrozarlo todo, igual que Ruth le había destrozado la vida a ella.

No. Eso no era cierto. Ruth no tenía culpa de nada... ni siquiera sabía que el chico al que había besado era Lucas. Y si lo hubiese sabido, jamás habría permitido que ocurriera aquello... ¿Cómo puede besar a Lucas y no darse cuenta de que es él? Será idiota. Pensó, intentando controlar esa sensación tan desagradable que le presionaba el pecho. ¿Impotencia? Sí, era impotencia lo que le incitaba a pensar esas cosas tan horribles de su amiga. Porque eso es lo que era, ¿no? Su amiga, por encima de todas las cosas. Sonrió amargamente al recordar aquella vez que, con siete añitos, le robaron los zapatos de tacón a su madre. Ruth le enrolló una sábana blanca al cuerpo y le colocó una funda de almohada en la cabeza imitando un velo de novia.

“No está mal” – había dicho, observando de arriba a abajo a su amiga – “Pero cuando te cases con Lucas llevarás un vestido mucho más bonito”.

¡Qué ironía! Su mente había viajado en el tiempo, situándose unos cuantos años atrás, y recordó también aquellas veces que jugaban en el jardín de Ruth, junto con su hermano, Lorena y también Lucas. Mientras Lorena y ella jugaban con muñecas, Ruth se iba con los chicos a construir bases secretas con tablas de madera, ramas y manteles de plástico que robaban de la cocina. Bastante a menudo también jugaban a Pokémon, el novamás por aquel entonces. Lucas hacía de Ash, Víctor de Brock y Ruth era Misty. A Natalia le daba cierta envidia, pero siempre que intentaba jugar con ellos terminaba aburriéndose, ya que solía hacer el papel de un personaje poco importante, que además normalmente se trataba de un Pokémon que lo único que hacía era repetir siempre lo mismo. Ruth le ofrecía amablemente su papel, pero los otros dos solo sabían quejarse de que no era capaz de interpretarlo tan bien como ella. Por otro lado, también resultaba imposible convencerlos de que jugasen con ellas a las muñecas.

Recordando esto, se dio cuenta de que llevaba intentando hacerle sombra a Ruth desde que era una niña. Y nunca lo había conseguido. ¿Cómo no iba a odiarla? ¿Odiarla? No, no era odio lo que sentía hacia ella... La envidiaba, aunque le doliera reconocerlo. Y la envidia que sentía por ella había llegado a ser obsesiva. ¿Se estaba volviendo loca? Quizás debería admitir de una vez que Ruth era mejor que ella y terminar con todos esos complejos que carecían de sentido y que lo único que conseguían era hacerle daño. Además, el aspecto físico, al fin y al cabo no es tan importante. Se acaba perdiendo con los años. Lo que tiene verdadero valor es el tipo de persona que lleguemos a ser. Se dijo Natalia a sí misma. Y ella se estaba convirtiendo precisamente en el tipo de persona que no podía soportar. Debía aceptar la situación con cierta madurez, y si Ruth decidía salir con Lucas, alegrarse por ellos. Ese último pensamiento le hizo estremecerse.

Se levantó de la cama y se dirigió hacia la ventana, abierta de par en par. Con razón hacía tanto calor. Desde allí podía ver la casa de Lucas. Bueno, en realidad lo que veía era la terraza, dos calles más allá. ¿Estaría allí? Era muy probable que no, porque habían hablado de ir a casa de Javi. Seguro que lo estaban pasando bien. Ella debería estar allí con ellos, con sus amigos, aprovechando el último sábado antes de que empezara el curso. Sus labios se curvaron formando una sonrisa. Se había empeñado en mirar las cosas que últimamente no le salían demasiado bien, y no había sido capaz de apreciar lo afortunada que era. Tenía muy buenos amigos.

Cerró la ventana y empezó a buscar el mando del aire acondicionado, para refrescar un poco la habitación. No estaba encima de la mesa, que era donde ella solía dejarlo, ni tampoco en la mesita de noche. Se subió encima de la silla para buscar en la estantería. Tampoco estaba allí. Sin embargo, encontró algo que llamó su atención. Ya lo había olvidado. Era un regalo para Ruth por su cumpleaños, dentro de dos semanas. Le había comprado unos auriculares que encontró por casualidad en un centro comercial aquel verano, cuando fue a pasar una semana a la playa con sus padres. Sabía que a Ruth le encantaban los osos panda, así que ese era el regalo perfecto para ella, ya que cada auricular tenía un osito con una rama de bambú. La caja estaba envuelta con un papel verde pistacho, adornado con un lazo naranja.

Escuchó cómo le rugía el estómago. Estaba muerta de hambre. Lo único que había comido en todo el día era una manzana, y porque su madre se había puesto tan pesada que no le quedó más remedio que ceder. Eso era algo que preocupaba mucho a Natalia: lo mal que lo estaban pasando sus padres desde que se había propuesto adelgazar. La verdad es que estaba exagerando un poco. Necesitaba comer. Su estómago volvió a rugir, suplicando desesperadamente algún alimento.

Se bajó de la silla y, después de pensarlo unos segundos, decidió ir a la cocina y comer aunque fuera un poco... Al salir de su habitación se topó con el gran espejo del pasillo y no pudo evitar observarse en él.

Pensándolo mejor... no tengo tanta hambre.

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