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miércoles, 28 de septiembre de 2011

Capítulo 56

Cuando pensaba que lo que sentía por ti no podía crecer más, lo hiciste crecer”


Gente conocida del instituto se dirigió junto a Ruth, Lorena y Natalia para felicitar a los grupos cuando el concierto finalizó. Deep&Blue y The Muckers charlaban tras el escenario, claramente emocionados, cuando vieron aparecer la multitud que avanzaba hacia ellos.

Lucas buscó a Ruth con la mirada, y cuando la encontró caminó hasta ella, sonriente. Lorena salió corriendo hacia Víctor y se abalanzó sobre él, enroscando las piernas alrededor de su cintura y abrazándole el cuello.

-¡Ha sido increíble! – exclamó mientras se soltaba.

Víctor decidió que perdonaría el entusiasmo que había demostrado durante la actuación de The Muckers. Había gritado lo suficiente como para hacerlo.

-Habéis estado genial – le dijo Ruth a Lucas, al mismo tiempo hacía pasar su mano suavemente por el brazo del chico. Después miró a su hermano –: Víctor, ¡has bordado el comienzo de The kids aren't alright!

Natalia y Gloria aparecieron por detrás de Ruth, y también los felicitaron.

Eva las miró con desprecio, preguntándose todavía cómo diablos había conseguido Ruth salir del instituto. ¿Qué era lo que había hecho mal? ¿En qué había fallado? Mientras tanto, Natalia hablaba con ellos como si nada, como si nunca le hubiese dicho esas cosas horribles de la que antes había sido su mejor amiga, como si de repente, por arte de magia, todo eso hubiera desaparecido. Parecía feliz, y sus ojos brillaban cada vez que se encontraban con los de Lucas, y una sonrisa se dibujaba en sus labios cuando, sin querer, sus brazos se rozaban. Incluso rió al escuchar un comentario de Ruth.

“¿No era una egoísta que no se merecía tu amistad, y mucho menos a Lucas, Natalia?” se dijo a sí misma, sintiendo algo en su interior que no quiso reconocer como envidia, envidia por ver cómo él le sonreía y le prestaba atención.

“¿No era él un capullo que solo veía en Ruth una cara bonita y un cuerpo bien formado?”

Parecía no recordar nada de eso.

Decidió acercarse para mostrarle su admiración a Lucas, pero cuando lo hizo él solo le dio las gracias, y luego se volvió hacia Ruth que, para su sorpresa, intercambiaba algunas palabras con Natalia.

-Llegué a pensar que no vendrías, ¿qué te pasó? – preguntó él.

Eva vio en Natalia el dolor que le producía el interés que Lucas mostraba, y cómo intentaba disimularlo interesándose ella también.

-Bueno... ¡no os lo vais a creer! Fui al instituto para... – Ruth detuvo sus palabras bruscamente, dirigiendo una mirada discreta hacia Lorena, que aún hablaba con Víctor y otro grupito del instituto. Decidió que no diría nada todavía acerca de las camisetas –. Bueno, el caso es que tuve que pasarme por allí un momento, pero cuando fui a salir la puerta estaba cerrada... y el conserje roncando. Me resultó imposible despertarlo. – Soltó una carcajada.

-¿Te quedaste encerrada en el instituto? – exclamó él.

-¿Quién se ha quedado encerrada en el instituto? – Era Lorena, que acababa de incorporarse a la conversación junto a su novio. Miró a Ruth y empezó a reír –. Quién si no.

-¿Y cómo saliste? – continuó Lucas.

-Bueno... ¿recuerdas aquella vez que estuvimos ayudando a Ángeles con el cartel? Me explicaste una forma de salir por la ventana en caso de incendio...

-Sí, utilizando el conducto de ventilación, ¿no? – Ruth asintió, y él abrió mucho los ojos –. ¿Has salido por la ventana?

-Estás loca – soltó Víctor, alborotando el pelo de su hermana –. ¿Y quién cerró la puerta si no fue el conserje? Es quien se encarga de eso.

-Es verdad, alguien tuvo que hacerlo. ¿Y por qué? – Fue Natalia quien habló, y Ruth no pudo evitar sonreír al ver que su amiga la trataba con naturalidad.

-No lo sé, a lo mejor alguien no quería que viniese al concierto – rió –. Pues le han salido mal las cosas. Cometió un error al no contar con el conducto de ventilación.

-No lo creo. ¿Quién iba a querer impedirte que vinieras? – dijo Nat.

Después Eva decidió intervenir, harta de sentirse excluida por sus propias amigas, ya que Gloria también parecía muy interesada por la historia de Ruth. Además, empezaba a temer que sospecharan de ella, así que aprovechó la oportunidad.

-Vamos, Natalia. Tú lo sabes bien.

-¿De qué hablas?

-No te hagas la tonta ahora. Deberías ser más valiente y decirle las cosas a la cara, en vez de ir por ahí comentando cosas horribles de ella a sus espaldas. Eso es de falsas, ¿lo sabías?

Natalia no pudo responder, la sorpresa la tenía paralizada, pero sus mejillas ardieron, porque en cierto modo, tenía razón. No había dicho maravillas de Ruth en los últimos meses, pero eso es lo que hace cualquier chica cuando su mejor amiga la traiciona al enamorarse repentinamente del que siempre había sido el amor de su vida, ¿no? Cuando lo elige a él sin importarle años de amistad perdidos en un momento.

-Sé que tú encerraste a Ruth en el instituto, Natalia – terminó Eva, con una mirada llena de maldad.

-Ella nunca haría eso. – Para la sorpresa de Nat, fue Ruth quien salió en su defensa, furiosa.

-¿Tú crees? Quizás te interese saber unas cuantas cosas que ha dicho de ti, y que probablemente te harían cambiar de opinión.

-Lo que dices es absurdo – intervino Lorena con tranquilidad –. Natalia ha estado con nosotros todo el tiempo, desde por la tarde. No ha podido ser ella.

-¿Y quién te dice a ti que no contaba con alguien que hiciera el trabajo por ella?

-Cállate, Eva – dijo Gloria, con la única intención de que su amiga dejara de ponerse en evidencia.

-Cállate tú, zorra.

Gloria intentó no perder los nervios, a pesar de que aquel insulto había conseguido enfadarla de verdad.

-Estás haciendo el ridículo. ¿No te das cuenta? ¿No ves que estás perdiendo la cabeza? ¿Por qué no dejas todo esto de una vez, antes de que sea demasiado tarde?

Le dio miedo ver que Eva apretaba los dientes como un perro guardián que ha sido entrenado para atacar a los intrusos, y dio un paso atrás instintivamente. Por un momento incluso le pareció que sus pupilas brillaban de un color rojo intenso.

-¿Sabéis? – exclamó Eva dirigiéndose a toda la gente cercana, que volvió su atención hacia ella –. Acabo de recordar lo que hizo mi amiga Gloria hace un par de años, y estoy segura de que todos os morís por escuchar la historia.

Fue triste ver cómo muchos se acercaban para enterarse mejor, entre risas.

-Eva, no lo hagas – suplicó Gloria en un susurro, agarrándose a su brazo, que se agitaba en el aire invitando a todos a acercarse –. No me hagas esto, por favor.

-Lo siento – se disculpó ella con tono teatral. Pero no se dirigía a Gloria, sino a sus oyentes –, pero parece que Gloria no quiere que sepáis cómo perdió la virginidad a los catorce años, en un local comido por la mierda, con un chico diez años mayor que ella, mientras su novio – hizo una breve pausa para señalar a Lucas, que la observaba con los labios apretados y la rabia en los ojos –, la esperaba pacientemente en la puerta del cine.

Se produjo un silencio absoluto, y después Gloria salió corriendo de allí. Quería huir de todas aquellas miradas y del dolor. Aunque de eso no pudo escapar, no de la herida que se abría un poco más en su corazón. Lucas la siguió, y Ruth agarró el hombro de Eva con brusquedad para darle la vuelta y encararse con ella. Cuando las voces de la gente llenaron de nuevo el ambiente, habló:

-¿Cómo puedes disfrutar haciéndole daño a tu amiga?

-Dímelo tu, Ruth. De eso entiendes bastante.

Sus palabras se le clavaron en el pecho hasta dejarla sin respiración.

-Estás sola, Eva.


-¡Gloria! – gritó intentando alcanzarla, pero ella no se detuvo –. ¿Quieres esperar un segundo?

-¡No! ¡Vete, Lucas! ¡Déjame sola!

Después de decir eso, tropezó con un agujero que había en el suelo y cayó levantando una enorme nube de polvo, encogiéndose con el rostro escondido en el pelo. Fue entonces cuando pudo llegar hasta ella.

-¿Estás bien?

-¡No! ¡No estoy bien, joder! – Tiró de su brazo para ayudarla a levantarse, pero Gloria se apartó con brusquedad –. No me mires, ¡por favor! No quiero que me mires. ¡Vete!

-Deja de ser tan melodramática y levántate.

Esperó un momento antes de ponerse en pie, temblorosa, pero no pudo mirarlo a la cara. No podía. Tenía el rostro empapado en lágrimas y vergüenza.

-Lo siento. Siento lo que hice.

-Ya lo sé. Pero ya ha pasado mucho tiempo. Ahora cálmate. ¿En serio te preocupa tanto lo que diga Eva?

-No es lo que diga Eva... es lo que hice, Lucas.

-Cometiste un error. Todos nos equivocamos.

-¿Por qué estás aquí? ¿Por qué intentas consolarme? ¿Por qué no me odias?

-Porque lo que sucedió... hace tiempo que dejó de importarme.

Aunque en teoría eso era bueno, a Gloria aquella respuesta se le atragantó y no pudo hacer otra cosa más que seguir llorando. Porque eso, traducido al idioma del corazón, significaba que ya no estaba enamorado de ella.

-Tú ya... ya no me quieres.

No quería decirlo, no quería. Porque sentía que era una afirmación fuera de lugar. Pero necesitaba escucharlo de sus labios. Necesitaba que él se lo dijera para obligarse a sí misma a olvidarlo para siempre. O eso creía, porque en el momento en que lo escuchó supo que no quería oírlo.

-No, Gloria... Estoy enamorado de otra persona, y lo sabes.

-Lo sé. – Se sorprendió a ella misma sonriendo mientras le miraba a los ojos por primera vez –. Y espero que Ruth sí sepa apreciar lo que tiene.

No mentía. Esperaba de verdad que Ruth hiciera las cosas bien. Esperaba que Lucas fuera feliz con ella.

domingo, 25 de septiembre de 2011

Capítulo 55


Cuando todo ha estado a punto de echarse a perder, la satisfacción de lograrlo es mucho mayor”


-¿Dónde se habrá metido Ruth? Esto ya va a empezar – gritó preocupada Lorena, por encima del jaleo que se había formado a su alrededor.

Ella y Natalia estaban apretadas contra la barandilla que separaba al público del escenario, que ya estaban preparando para la actuación de The Muckers. Natalia se encogió de hombros y echó un vistazo hacia atrás, como si pretendiera encontrarla por alguna parte, para disimular que realmente le daba igual dónde estuviera.

-Ni idea. Pero como no se de prisa no va a poder entrar. ¿Has visto la de gente que hay aquí?

-Creo que se puede ir olvidando de la primera fila. – Sentía una angustia que le hacía imposible respirar con normalidad. No sabía si era por la multitud que se aplastaba contra ella, o porque ni su amiga ni la sorpresa llegarían a tiempo. Bueno, para la sorpresa desde luego ya era demasiado tarde, pero quería que Ruth estuviera allí con ellas cuando el primer grupo comenzara a tocar –. ¿Pero qué está haciendo? Solo tenía que recoger las camisetas y ducharse. Tendría que haber ido con ella.

-Deja de preocuparte tanto. Seguro que se las arregla.


Mientras tanto, detrás del escenario, Lucas se asomó una vez más para contemplar aterrado la cantidad de gente que lo escucharía cantar tan solo un rato después. Comprobó decepcionado que Ruth todavía no se había reunido con su hermana y Natalia, y resopló por décima vez en el último minuto.

-Tranquilo, tío. Todo va a salir bien. ¿Ha llegado ya mi hermana? – preguntó Víctor, que también parecía muy preocupado con ese tema.

-No. No sé qué estará haciendo... dijo que solo iba a ducharse y que estaría aquí antes de las diez. Pues ya son y media...

-Ella se toma su tiempo en la ducha. – En realidad, sabía que si Ruth llegaba tarde no era por eso. Era cierto que normalmente le llevaba un buen rato arreglarse, pero en ese caso habría sido capaz de acudir con la piel cubierta de espuma y una toalla enrollada alrededor del cuerpo. Era por ello que tenía miedo de que le hubiese pasado algo –. La voy a llamar... – Y después de unos segundos negó con la cabeza –: Apagado.

Volvió a asomarse, pero aún no había llegado.

Les llegó el sonido de la batería desde el escenario, y se acercaron un poco para ver la actuación de The Muckers. Víctor alzó una ceja al ver que a Lorena le faltaba poco para saltar a la plataforma. Gritaba como una loca y hacía fotos sin parar. El rostro inquieto de hacía un momento había desaparecido.

Party Poison, una canción de My Chemical Romance, había enloquecido al público, que saltaba y cantaba al ritmo de la música.

-¿Has visto a Lorena? – dijo Javi partiéndose de risa.

-Sí... y más le vale subirse al escenario y arrancarme la ropa a mordiscos cuando estemos ahí arriba – respondió Víctor.

Después de tres canciones, todas ellas versiones de grupos conocidos, Lorena atrapó la baqueta que el batería de The Muckers tiró al público, y empezó a dar saltos, eufórica, mientras levantaba el brazo mostrándole su captura a todo el mundo.

Era su turno.

No tardaron mucho en prepararles el escenario, y Javi fue el primero en saltar sobre él, sonriendo a los espectadores con el rostro coloreado por las luces de colores que envolvían el ambiente. Saludó agitando los brazos mientras Víctor ocupaba su lugar en la batería y comenzaba a hacer girar las baquetas entre los dedos con agilidad. Rebeca fue la siguiente, que se encaró a los oyentes con una sonrisa torcida mientras los gritos de entusiasmo le aceleraban el corazón. Procuró tranquilizarse y se detuvo en el extremo opuesto al de Javi, dejando la zona central al vocalista.

Lucas dudó un instante, muerto de miedo, incapaz de moverse, antes de obligarse a saltar sobre la plataforma y mirar a todas aquellas personas. Cientos. Cientos de caras expectantes. Cientos de miradas puestas en él. Caminó temiendo desmayarse de un momento a otro, mientras aplausos, silbidos y chillidos de voces femeninas le producían un zumbido ensordecedor en los oídos. Todo parecía dar vueltas en espiral. No se atrevía a mirar a su hermana, porque sabía que no encontraría a Ruth con ella... Sus manos se agitaban de forma exagerada, cerradas en puños, y el sudor le recorría la piel de todo el cuerpo. No se sentía capaz. Le daba pánico que llegara el momento, que llegara el momento de pegar los labios al micrófono y cantar. Su voz lo había abandonado. Lo sabía. Y sabía que, por su culpa, el final de Deep&Blue llegaría antes de tener la oportunidad de emprender el camino. El corazón le latía desesperado, y se estrellaba contra su pecho como si luchara por escapar de allí, lo más lejos posible. Escuchaba su nombre en boca de todas aquellas chicas de su instituto que habían ido a verle hacer algo que sobrepasaba sus límites. Finalmente lo hizo, buscó a Lorena con el terror esculpido en las pupilas, y vio que ella lo observaba con preocupación, siendo la única persona del público en silencio absoluto.

Cuando se dio cuenta de que su hermano le prestaba atención, movió los labios pronunciando algo que no comprendió muy bien. Pero sus ojos le mostraban confianza. Una confianza que no lograron transmitirle.


Saltó del autobús en cuanto las puertas empezaron a doblarse, atravesando el estrecho hueco que había entre ellas antes de deslizarse hacia los lados, y corrió como nunca lo había hecho antes, tropezándose varias veces. Se obligó a ir con más calma al bajar la interminable escalera que llevaba al descampado, sintiendo el sudor en la nuca y la frente, y recordando que no se había duchado, y que todavía llevaba el chándal que se había puesto esa mañana.

Escuchó el sonido del bajo dando comienzo a Skumfuk, y se torturó pensando que era imperdonable perderse esa entrada de Javi, no estar en la primera fila viendo cómo su amigo le enseñaba a todos lo que sabía hacer. Cogió aire por la sorpresa cuando escuchó la voz de Rebeca, una voz celestial, dulce, envolvente, que tiró de ella entre la multitud.

Se estrelló con un chico, derramando el vaso con un litro de cerveza que sostenía en la mano, y se disculpó sin detenerse, empujando por donde pasaba y pidiendo perdón a todo aquel con el que se topaba. No fue esa la única bebida que terminó en el suelo o en alguna camiseta por su culpa. Pero no le importaba. Tenía que llegar hasta allí...

Estaba cerca. Podía ver a Rebeca abrazada al micro, con los ojos cerrados, pronunciando la letra de una canción que ella se sabía de memoria. Fue ella quien hizo intervenir la guitarra por primera vez, seguida por Lucas y Víctor.

Al llegar a la segunda fila, las chicas que ocupaban el sitio le bloquearon el paso.

-Por favor. Por favor, dejadme pasar. Son mis amigos. Por favor.

-¿Conoces al vocalista? – preguntó una de ellas dándose la vuelta, con los ojos como platos y una sonrisa que mostraba unos dientes desordenados.

-Sí, sí. Claro que lo conozco. Si me dejáis pasar prometo presentaros después del concierto. Lo prometo. ¿Qué me decís? Por favor – suplicó desesperada, viendo que se iba a terminar la introducción antes de que ella estuviera colocada en primera fila. Se preguntó si Lucas ya la habría visto.

-Está bien, te haremos un hueco.

-Gracias. Gracias, de verdad. Os prometo que lo conoceréis cuando esto termine.

-¡Ruth! – La voz la alcanzó mientras una mano se agarraba a su brazo con fuerza. Era Lorena. Las separaban tan solo tres chicos, así que tiró de ella, luchando por llevarla a su lado. Y lo consiguió –. ¿Dónde diablos te habías metido? Bueno, ya hablaremos luego.

Ruth se agarró a la barandilla, aplastada por la multitud que tenía a su espalda, y elevó la vista hasta Lucas. Cuando sus miradas se encontraron fue como si todo quedara en silencio un segundo, como si el resto del mundo se hubiese detenido. Y entonces, al ver su sonrisa y descubrir la confianza naciendo en sus ojos, gritó con todas sus fuerzas, curvando las manos a los lados de la boca, simulando un altavoz.

-¡Vamos! ¡Puedes hacerlo!

Y lo hizo... Se inclinó sobre el micro y comenzó a cantar incluso mejor de lo que lo había hecho en los ensayos. El pelo se movía por el viento golpeándole la frente. Llevaba una camiseta negra de manga corta, y los vaqueros gastados tenían un agujero que dejaba parte de su rodilla al descubierto, arrugándose ligeramente sobre sus converse grises. Estaba guapísimo con la luz azulada iluminando su rostro, y el dorado de sus ojos parecía brillar con la misma intensidad que cualquiera de los focos. La guitarra colgaba de él y acompañaba su voz obedeciendo el movimiento de sus manos, que sabían bien lo que hacían. Las palabras parecían formar parte de los labios perfectos del chico.

De no ser porque solo era capaz de mirarlo a él, se habría dado cuenta de que Rebeca sonreía de oreja a oreja.

Alguien la empujó por detrás después del primer estribillo, intentando colarse entre ella y Lorena. Era Eva, que le propinó un buen codazo en las costillas mientras le dedicaba una mirada de odio y confusión al mismo tiempo. Pero no le permitió pasar. Y no lo habría permitido por nada del mundo.

Cantaron a todo pulmón, con los brazos agitando el aire y saltando cuanto les permitía la presión ejercida por la gente que se movía tras ellas, y cuando terminó la primera canción, Ruth vio que su hermano la estaba mirando, y se golpeó la muñeca con el dedo recordándole que llegaba tarde. Ella se echó a reír y después siguió disfrutando del resto del concierto, mientras Lorena captaba cada momento con la cámara. Grabó en vídeo el solo de guitarra inicial de la última canción: The kids aren't alright, que inició Rebeca, seguida por Lucas. Cuando Víctor intervino surgió una ola de gritos del público.

Fue una actuación impresionante.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Capítulo 54

Los límites los ponemos nosotros. La vida solo nos reta. Tú decides hasta dónde quieres llegar”


Hacía una temperatura perfecta a las seis de la tarde. El cielo estaba despejado y una leve brisa les acariciaba mientras charlaban sentados en las escaleras que bajaban hasta el descampado donde se celebraría el festival.

Ruth hundió los dientes en un donut que acababa de comprar en una pastelería de camino hacia allá, mientras contemplaba el panorama. La gente ya había empezado a llegar, a pesar de que era temprano. Algunos grupitos de jóvenes bebían cerveza en los puestos de bebidas, y otros estaban sentados en el césped que había a la izquierda del enorme escenario. Para cuando el primer grupo, The Muckers, comenzara a tocar a las diez y media de la noche, aquello ya estaría atestado de gente.

Lucas estaba como ausente, aislado en sus pensamientos. Movía las piernas sin cesar, con los brazos sobre las rodillas, descansando en un escalón. Ruth sonrió y se levantó para sentarse junto a él, mientras Javi y Víctor hablaban emocionados sobre cómo sería la noche.

-¿Asustado? – preguntó con dulzura.

-Qué va – mintió –. Bueno, quizás un poco. De acuerdo, estoy aterrado. – Soltó una carcajada para acompañar su confesión.

-Es normal. Es vuestro primer concierto. Pero estoy segura de que lo haréis genial.

Él le mostró una sonrisa encantadora y después le cogió la mano.

-Espero que sí.

-¡Oh, Dios! ¡Fijaos, son The Muckers! – La voz de Lorena los distrajo de su conversación– ¡The Muckers está aquí! ¡The Muckers! ¡The Muckers!

-Hala, corre a saludarlos – la animó Víctor, divertido por la reacción de su novia, y le dio una palmadita en la espalda.

-¿Yo? ¿Qué dices? ¡Qué vergüenza!

Lorena era una fan empedernida de The Muckers que, aunque no era un grupo muy prestigioso, había actuado en varias ocasiones en fiestas de la ciudad, y desde hacía dos años, también había participado en el Festival de Abril. Víctor sabía que el batería le volvía loca, del modo en que un ídolo vuelve loca a su admiradora, pero no le importaba, le parecía muy graciosa cuando se comportaba como una groupi.

Los cinco músicos bajaban por la escalera, riendo, y antes de que se dieran cuenta, Lorena se había unido a ellos. La recibieron con simpatía, y le dieron dos besos cada uno. Después intercambió algunas palabras con el batería, un chico oriental bastante guapo. Seguramente le estaría confesando su admiración, porque notaron cómo el muchacho se sonrojaba, poco acostumbrado a ser él quien recibiera los halagos. Ella regresó con sus amigos con los ojos como platos y una sonrisa de oreja a oreja. Desde lejos, el batería de The Muckers le hizo un guiño.

-Ya no sé si esto me gusta tanto – se quejó Víctor abrazando a su novia y mirando desafiante al atractivo músico oriental.


Cerca de las siete y media, Ruth se despidió de los demás hasta las diez, y emprendió su camino hacia el instituto. Cogió un autobús a fin de no llegar demasiado tarde. No le gustaría nada encontrarse con que, cuando llegara, aquello ya estuviera vacío.

Por suerte llegó a tiempo, y cuando entró y vio que el conserje dormía plácidamente sentado en su minúscula silla (de la que parecía imposible que pudiese salir), y apoyado sobre la fotocopiadora, se quedó boquiabierta. Aquel hombre no le caía muy bien, pero le dio un poco de pena, ya que siempre parecía muy cansado.

No tenía tiempo que perder. Todavía tenía que ir a su casa, ducharse, y regresar al festival antes de las diez. Y todo eso no podía llevarle más de dos horas, así que corrió escaleras arriba y entró fugaz a la clase de Lorena, donde habían dejado las camisetas.

Volvió a la planta baja, esta vez con la bolsa en la mano, y se dio un golpe muy fuerte en la rodilla cuando intentó abrir la puerta de la entrada de un empujón, como solía hacer. No se abrió.

Desvió la mirada hacia el conserje, que seguía roncando mientras el charquito de babas bajo su mejilla se hacía más y más grande. Intentó de nuevo abrir la puerta, pero fue inútil. Estaba cerrada con llave. Un sudor frío empezó a humedecerle la frente. Se intentó tranquilizar mientras caminaba hacia el mostrador, y después se aclaró la garganta. Al ver que el hombre no mostraba ningún tipo de reacción, decidió que lo mejor sería hablar.

-Disculpe – dijo, sin resultado. Lo intentó por segunda vez, elevando el tono de voz –. ¡Disculpe!

Nada. Lo volvió a intentar unas cuantas veces, pero fue en vano. Así que se acercó a la puerta de conserjería con la intención de despertarlo de cualquier forma, pero estaba cerrada. Genial.

Suspiró, rindiéndose. ¿Qué podía hacer ahora? Tenía que salir de allí...

En su cabeza resonaron las palabras que le había prometido a Lucas... Él contaba con verla en primera fila.

“¡Ya sé! – pensó, con un brote de esperanza latiendo en su pecho –: Las ventanas. ¡Eso es!”

Podía utilizar las ventanas de la planta baja para salir. Tampoco sería tan difícil. Quizás acabaría con algunos arañazos, por culpa de los rosales que crecían alrededor del edificio, pero al menos llegaría a tiempo al concierto. Corrió por el pasillo y entró en el laboratorio, que era la puerta más cercana. Cuando vio los barrotes que se elevaban sobre las ventanas como afiladas espadas de hierro, sintió que el corazón se le detenía y la sangre se le congelaba en las venas.

No. No. ¡No!

Sabía que encontraría el mismo obstáculo en cada aula, pero no por ello se rindió. Recorrió toda la planta en busca de una salida, pero no le sirvió de nada. No podía escapar.

Y entonces, cuando todo parecía perdido, recordó aquel día, cuando aún estaba en tercero, que sus amigas le retaron a salir por la ventana del cuarto de baño. Lo hizo. Pudo salir entonces. Sus ojos brillaron cuando entró en el aseo y vio la pequeña ventanita, libre de barrotes, que iluminaba levemente el retrete con la luz que se colaba desde la calle. Cerró el váter y puso encima los pies. Luego se impulsó hasta que las piernas quedaron fuera del edificio y el resto del cuerpo dentro. Sintió ganas de vomitar cuando, al intentar deslizarse hacia abajo, las caderas no le permitieron continuar.

No puede ser, pensó alarmada.

Empujó con todas sus fuerzas, pero solo consiguió hacerse daño. Finalmente se rindió, y ayudándose de las manos regresó al interior, con un ligero dolor abrasándole los muslos.

No puede ser, se repitió saliendo de allí, y se juró a sí misma que jamás volvería a probar un donut.

Se acurrucó en la escalera y dejó que las lágrimas de impotencia se le derramaran por las mejillas. Eso era lo único que podía hacer. Buscó el móvil en su bolso. Al menos tendría que avisar a Lucas de que no iba a asistir al concierto... Pero cuando pulsó la tecla de llamada, el teléfono se apagó, con la batería agotada. Maldijo las nuevas tecnologías, que cuando de verdad hacían falta nunca se podía contar con ellas, y después siguió llorando desconsolada. Media hora. Y otra. Y otra más. Y luego otra media hora. Y así pasó las dos horas siguientes, a lágrima viva y preguntándose por qué tenía que pasarle aquello.

Intentó consolarse pensando en Lucas, pero no en el Lucas que pronto pasearía la vista entre el público y no la vería allí, sino en el Lucas de unos meses atrás. Recordó momentos que habían vivido juntos... La isla, los ensayos, las tardes de francés, la noche en el Golden River, aquella vez que pasaron la tarde en el instituto para ayudar a su profesora a Biología a hacer la pancarta...

Levantó la cabeza de golpe ante aquel recuerdo, con los ojos muy abiertos.

Recordó cómo Lucas había quemado los bordes de un papel con aspecto antiguo para colocarlo sobre el cartel, y cómo la llama se había extendido más de lo debido, obligándolo a soplar para extinguir el fuego. Después ella había bromeado diciendo que tuviera cuidado... que podrían salir ardiendo...

¿Y qué harías si eso pasara? Si se incendiara esto”, había preguntado él. “Yo creo que saldría por la ventana. Fíjate, si saltase a ese conducto de ventilación la caída no sería tan grande”.

Aquella vez le había parecido un disparate, pero en ese momento supo que era lo que la sacaría de allí. Se puso en pie de un salto y corrió escaleras arriba, dirigiendo cada paso en dirección al aula de dibujo. Se detuvo frente a la ventana, la abrió, y asomó la cabeza sin dejar de repetirse las palabras de Lucas. Sintió vértigo, pero sería capaz de conseguirlo.

Suspiró intentando expulsar el miedo, y se prometió que no miraría abajo mientras pasaba una pierna al otro lado de la ventana, con la bolsa de las camisetas atada al asa del bolso. De la pared sobresalía una estrecha cenefa de ladrillo, que le serviría, si tenía cuidado, para poner los pies. Mientras daba un par de pasos, muy despacio, hacia el conducto de ventilación, un ligero mareo convirtió sus piernas en gelatina.

“Ay, madre” se decía a sí misma procurando no mirar los rosales de abajo.

Le pareció que había pasado una eternidad desde que salió por la ventana hasta que sus pies descansaron sobre el conducto, temblando como si bajo ella hubiera un terremoto.

Los barrotes de una de las ventanas de la planta baja se encontraban a un paso, así que se enganchó a ellos sin mucha agilidad, y saltó al suelo, junto al último rosal del arriate. La adrenalina le agitaba el corazón casi con violencia, y tuvo que sentarse un momento con la espalda sobre la pared, incapaz de dar un paso más. Todo le daba vueltas, pero por fin estaba fuera.

Tras unos minutos de descanso bien merecidos echó a correr hacia la parada del bus que la dejaría justo al lado del festival.

Comprobó la hora en el reloj del vehículo, y se le revolvió el estómago al ver que eran las once. Deep&Blue actuaba en segundo lugar, después de The Muckers. Calculó mentalmente el tiempo que tardaría el primer grupo en tocar, y cuánto llevaría después preparar el escenario para sus amigos. Suspiró: todavía podía llegar a tiempo... aún había esperanza.

domingo, 18 de septiembre de 2011

Capítulo 53

Cuando un sueño se cumple, deja de ser un sueño”


El tiempo pasaba rápido. Los exámenes se amontonaban. Y los días que quedaban para el concierto se agotaban. El segundo trimestre, a pesar de ser el más largo, transcurrió casi sin que se dieran cuenta, y sacaron tiempo de donde pudieron para los ensayos. Aprovecharon para ello las cortas vacaciones de Semana Santa, cada vez más nerviosos, y cada vez más cerca el gran día. Tenían un amplio repertorio de canciones de las que, finalmente, escogieron las tres que mejor sabían tocar: Skumfuk, tal y como tenían pensado, sería la primera (además Rebeca había accedido, cansada de la insistencia de Javi, a cantar la introducción); la seguiría Moron, también de Sum41, cuyo comienzo protagonizaría el bajista; terminarían con The Kids Aren't Alright, de The Offspring, una canción que llevaban mucho tiempo perfeccionando y que habían conseguido dominar por completo.

Las notas de los componentes del grupo bajaron aquel segundo trimestre, reflejando así el tiempo dedicado a los ensayos, aunque fueron buenas de todos modos. Ruth consiguió aprobar Francés con una media de siete, y Lorena tuvo que conformarse con un cinco. El mayor esfuerzo lo tendrían que hacer desde el final de las vacaciones hasta junio.

El día anterior al concierto, Ruth y Lorena quedaron para hablar de un asunto, y a la mañana siguiente, cuando se encontraron antes de que el timbre sonara señalando el comienzo de las clases, se miraron hechas un manojo de nervios. Parecía que fueran ellas quienes tendrían que mostrar su talento musical ante cientos de personas.

-¿Las tienes? – preguntó Lorena inquieta, en un susurro, mientras tiraba de Ruth para ocultarse en una esquina del cuarto de baño.

-Las tengo – respondió ella.

-Genial. Enséñamelas, me muero por verlas.

Ruth miró hacia los lados para asegurarse de que nadie las estaba observando, y después abrió la mochila y sacó de ella una bolsa de plástico que había conseguido meter a presión. Lorena se asomó al interior y sonrió mientras extendía una de las camisetas que había guardadas dentro.

Le brillaron los ojos cuando vio el diseño que ella misma había hecho para el grupo, y que días atrás les había mostrado a sus amigos, consiguiendo su aprobación. Les habían encantado esas letras grandes que decían: Deep&Blue, y el símbolo del grupo debajo de ellas.

-Han quedado increíbles. Creo que les va a gustar mucho la sorpresa. Además, el negro ha sido sin duda la mejor opción. Quizás deba dedicarme al diseño, ¿no te parece?

-Bueno, guárdala antes de que la vean – urgió Ruth nerviosa.

-Asegúrate de que Víctor no lo encuentre. Todavía no he olvidado el regalo de cumpleaños que descubrió antes de tiempo porque no supiste esconderlo bien.

Ruth hizo una mueca.

-Había pensado dejarlas aquí hasta el concierto, ¿sabes? Así no me pasaré la tarde sufriendo. Total, el instituto está abierto hasta las ocho y media. Puedo pasarme a recoger la bolsa antes de ir a mi casa a ducharme. Tranquila, llegaré a tiempo para que podamos ponernos las camisetas, y las llevaremos encima antes de que ellos empiecen a actuar – añadió para tranquilizar la expresión de desacuerdo de su amiga.

-Espero que sea una buena idea. Podemos dejar aquí la pancarta, también, en el armario de mi clase. Dejarlo en la tuya sería arriesgado.

-Perfecto. Ojalá todo salga bien.

Lorena sonrió y después se mordió el labio.

-¿Sabes lo que me dijo esta mañana mi hermano? Que todo saldría bien mientras estuvieras allí. Está muy nervioso.

Todos lo estaban.

-Le prometí que estaría en primera fila. Y pienso cumplir la promesa. Allí estaré.

Dieron un brinco al escuchar el sonido que indicaba que alguien acababa de tirar de la cadena del retrete, y seguidamente vieron a Eva salir sin mirarlas, atravesando una de las cinco puertas alineadas al final del baño. Después las dejó allí solas, con cara de espanto.

-¡Mierda! – gritó Lorena –. Mierda, mierda, mierda. Lo ha escuchado todo. Seguro que nos fastidia el plan. ¡Mierda!

-Tranquilízate, quizás no nos haya oído –. Ni ella misma se creía sus palabras. Pero... ¿Para qué iba Eva a molestarse en estropear la sorpresa?

-Sí que lo ha hecho. Y ya estará pensando en algo. Seguro.

-Confiemos en que no...

Eso era lo único que podían hacer. Pero, desde luego, sería una lástima que todo el esfuerzo que habían puesto en el asunto se echara a perder.


Eva no pensaba en las camisetas. Ni en la pancarta. Ni siquiera se le pasó por la cabeza desvelar esa estúpida sorpresa. Le importaba una mierda todo aquello. Lo único que torturaba su cabeza eran esas palabras... esas malditas palabras que, aunque no quisiera reconocerlo, le herían por dentro hasta tal punto que tuvo que contener las lágrimas mientras caminaba por el pasillo hacia la clase. Esas palabras...

“Que todo saldría bien mientras estuvieras allí”. La voz de Lorena resonaba una y otra vez en su mente, transformándose en la de Lucas. Allí estaba él, sentado en su sitio, sin darse cuenta de que ella acababa de entrar en el aula. Nunca se daba cuenta de su presencia. Sabía de sobra que la odiaba. La odiaba a muerte. Seguramente le molestaría verla en el Festival de Abril. O peor aún, lo más probable era que le resultara indiferente encontrarla entre el público. Le daría igual. Ella le daba igual.

Total, le bastaba con que Ruth estuviese allí... ella le había prometido que lo vería desde primera fila. Se imaginó la sonrisa de Lucas al escuchar aquella estúpida promesa, y esa sonrisa imaginada le desgarró el corazón.

Pero... ¿Qué pasaría si Ruth rompía su palabra? ¿Qué sentiría Lucas si no la veía esa noche entre el público? Seguramente un dolor parecido al que ella sentía en aquel momento. Como un taladro incrustándose en el estómago. Y también decepción... Le decepcionaría mucho. Muchísimo. Después de todo, se le notaba a la legua que estaba nervioso. Y eso era porque aquel concierto significaba mucho para él...

Sonrió con malicia mientras sacaba los apuntes de Matemáticas.

“Tal vez, Ruth – pensó mientras observaba a la chica con cautela, que acababa de entrar en la clase y se dirigía hacia sus amigos, feliz –, descubras hoy mismo que es mucho más fácil hacer una promesa que cumplirla”.

Durante el recreo se quedó en clase, sola. Necesitaba pensar. Tenía que pensarlo todo a la perfección. Ruth había dicho que regresaría aquella tarde al instituto para recoger las camisetas. No sabía a qué hora pensaba hacer eso, pero se las tendría que arreglar para que no pudiera volver al festival. Dejarla encerrada en el instituto. ¿Cómo demonios podía hacer algo así?

Pensó que los viernes por la tarde algunos alumnos iban temprano a la biblioteca para usar los ordenadores y terminar trabajos, pero sabía bien que alrededor de las siete el centro se quedaba vacío, y en él solo permanecía el conserje hasta la hora de cerrar. Y deshacerse del conserje no sería complicado. El problema era que hubiera más profesores allí cuando Ruth decidiera aparecer.

Había dicho que se pasaría antes de ir a su casa a ducharse. Dedujo que eso sería alrededor de las ocho, ya que el festival comenzaba a las diez y media. Eso sería perfecto.

Si esa parte salía bien, ya solo le quedaba pensar en cómo deshacerse del conserje...

Lo que se le ocurrió era arriesgado. Muy arriesgado. Podría meterse en un problema enorme si lo llevaba a cabo. ¿Pero acaso tenía alguna idea mejor? No... Y solo necesitaba un somnífero. Lo dormiría cuando él acudiera a la sala de profesores a servirse un café. Echaría el somnífero en el café. Y cuando estuviera dormido como un tronco, le robaría las llaves del instituto y lo cerraría antes de que Ruth pudiera escapar.

“Buf... Es completamente absurdo” se dijo a sí misma, hundiendo la cabeza entre los brazos.

Aquel plan no podía funcionar de ninguna manera. Se estaba comportando como una estúpida. Quizás lo mejor sería olvidarse de todo...

Pero entonces se imaginó a Lucas en el escenario, con los ojos brillando al ver a Ruth en la primera fila. Solo tendría ojos para ella. Y ni siquiera repararía en su presencia. Se sintió furiosa, celosa, desesperada.

Siempre había oído que se hacen locuras por amor.

Ahora sabía que aquello era cierto, porque estaba dispuesta a intentarlo, aunque las posibilidades de éxito fuesen remotas. Se arriesgaría. Porque odiaba a Ruth y quería a Lucas. Porque no iba a perder... No iba a rendirse. No sin haberlo intentado.


Eran las siete, y el instituto estaba vacío, tal y como esperaba encontrarlo. Vio que el conserje, que era el único que quedaba ya allí, tenía un vaso de plástico lleno de café de máquina sobre el mostrador. Estaba de suerte.

Se acercó y le ofreció una sonrisa encantadora a aquel hombre obeso y con cara de pocos amigos.

-¿Querías algo? – dijo él sin ganas.

-Sí, por favor. Necesito los apuntes de la profesora Ana Garrido, de Filosofía. Los de primero de Bachillerato.

-Muy bien – respondió él, con voz antipática, y después se dio la vuelta para buscar lo que le había pedido entre las montañas de carpetas y papeles que había en la estantería del fondo.

Aprovechando la ocasión, y con el corazón latiéndole a cien por hora, extrajo una bolsita de plástico del bolsillo de su abrigo y vertió el contenido en el humeante café. Era el somnífero. Tres pastillitas muy potentes que se había preocupado de machacar antes de salir de su casa. Se preguntó si harían efecto con el café. Quizás se había pasado con la dosis. Qué importaba.

Suspiró al terminar la faena y comprobar que el hombre no se había dado cuenta. Agradeció que cuando le dejó la gorda carpeta sobre el mostrador, haciendo un ruido que la sobresaltó, él mismo se encargara de remover el café con el palito que estaba sumergido en el líquido.

Lo observó expectante mientras daba un largo sorbo, y después ojeó el interior de la carpeta, y extrajo de ella unos cuantos folios al azar. Se los entregó al conserje sin borrar la sonrisa de su cara.

-Esto. Una fotocopia de cada, por favor.


Cuando dieron las ocho menos veinte y el conserje seguía despierto, Eva empezó a preocuparse. Su plan no marchaba bien. Vigiló la puerta desde uno de los bancos del pasillo, a la espera de la llegada de Ruth, y se alegró cuando poco después vio al hombre roncando tras el mostrador. Sonrió y se acercó sigilosa, para no despertarlo, con la intención de robar las llaves. Cuando vio el repertorio que había colgado en la pared casi se le salen los ojos de las órbitas.

Después de un buen rato encontró el juego correcto. Se imaginó a Ruth buscando por todas partes una ventana por la que salir, y sonrió a sabiendas de que, por suerte, todas las ventanas de la planta baja estaban aseguradas con barrotes.

Se preguntó varias veces si no se habría vuelto loca. Pero ignoró este pensamiento y buscó la llave de conserjería para cerrar también esa puerta, por si acaso.

Justo cuando se había sentado en el banco de antes, con la idea de esperar a que la chica llegara, y aliviada por haber finalizado su trabajo, vio a Ruth entrar y quedarse mirando al conserje un tanto aturdida. Después se dirigió hacia la escalera a toda prisa.

Por suerte, no se percató de que ella estaba allí.

Eva contempló un segundo la llave, que brillaba bajo la potente luz del techo, y después salió del instituto y sonrió mientras la lanzaba a los matorrales de la entrada, dejando la puerta cerrada tras ella.

Se encendió un cigarro y comenzó a caminar.

Le esperaba un gran concierto.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Capítulo 52

Un laberinto imposible. No sabes muy bien por dónde vas. Escoge un camino. Si tus pies avanzan no hay oportunidad de arrepentirse. Lo que recorriste sigue ahí, pero inalcanzable, y si tus ojos lo buscan más de lo debido, te perderás fácilmente. La vida”


“Genial” pensó mientras estornudaba por tercera vez en los últimos veinte segundos. Se llevó el pañuelo a la nariz e hizo lo posible por no dejar nada dentro. Fue en vano. Aquello no terminaba nunca. Tenía el labio superior y la nariz irritados, y empezaba a sentir la cabeza muy cargada, y el cuerpo cada vez más flojo, como si hubiera empleado todas sus energías en sonarse los mocos.

No volvería a correr por la mañana jamás, se prometió a sí misma. Ahora le esperaba un sábado por la noche metida en la cama, o tirada en el sofá, sumergida en una enorme montaña de clinex. Pensó que al menos tenía a Kahlúa. La gatita acababa de acomodarse a su lado, aplastando el mando de la televisión. Su afán por dormir encima de aparatos tecnológicos era algo inexplicable. Ronroneó cuando le rascó detrás de las orejas.

Después Ruth se centró en su portátil, colocado sobre la manta que le cubría las piernas. Quizás estaría mejor en su habitación, pero subir las escaleras en aquel momento no le apetecía demasiado. No le apetecía nada. Solo la idea de moverse le parecía agotadora, así que fue un gran alivio ver a Víctor asomarse por la puerta.

-¿Cómo estás? – Ella se limitó a señalar su nariz enrojecida y mirarlo con desesperación –. Puedo quedarme si quieres, no me importa.

Sus padres se habían ido la noche anterior a una casita rural en un pueblo cercano, y se quedarían allí hasta el domingo. Por supuesto, no tenían ni idea de que su hija estaba enferma. De haberlo sabido habrían regresado de inmediato, y por eso ella no lo mencionó al hablar con ellos un rato antes: no quería estropearles el fin de semana.

Y tampoco a su hermano, así que negó con la cabeza, sonriente.

-Me conformo con que metas una pizza en el horno.

-No quiero dejarte sola en este estado.

-¿Tan mal aspecto tengo?

-Un poco. – Víctor se fue a la cocina, aunque siguieron hablando elevando el tono de voz –. ¿De qué quieres la pizza?

-Me da igual.

-¿Y no prefieres una sopa? Te sentaría bien.

Le conmovió la predisposición de su hermano, así que no pudo evitar sonreír. Y lo cierto es que una sopa le habría hecho sentir mucho mejor, pero no iba a permitir que se pusiera a cocinar cuando había quedado en menos de media hora.

-Mete la pizza en el horno y vete ya, anda.

Después de hacerlo entró en el salón y se sentó junto a Ruth. Agarró un pedazo de manta y se tapó con él, acurrucándose.

-Puedo quedarme y ver una peli contigo. Aunque sea una de esas comedias románticas que te gusta ver cuando estás enferma. La verdad es que aquí se está bien, y sería un hermano horrible si te dejara sola en casa con fiebre. Además, mamá y papá te han dejado bajo mi responsabilidad.

Ruth se dio cuenta de que el mismo espacio que ocupaban ellos dos, apretujados en un lado del sofá, lo ocupaba Kahlúa en el otro.

-No eres un hermano horrible. Eres un hermano demasiado bueno, y estás ocupando mi espacio vital, así que márchate de una vez – dijo intentando emplear un tono antipático, que su nariz taponada convirtió en una voz muy graciosa.

Víctor se quedó hasta que la pizza estuvo hecha. La partió en ocho trozos, colocó el plato delante de su hermana, sobre la mesita de café, cogió un pedazo y se marchó no muy seguro, no sin prometerle que volvería pronto.

El olor a atún y queso la envolvió e hizo que le sonaran las tripas, así que se lanzó a por la primera porción. A pesar de que tenía mucha hambre, sabía que al día siguiente habría media pizza en la nevera.

Cuando volvió a mirar el ordenador, se dio cuenta de que Lucas le había hablado por Tuenti, puesto que el MSN lo tenía desconectado. Le preguntaba qué hacía conectada, y cuándo pensaban aparecer por allí. Les estaban esperando.

Le contó que había pillado un terrible resfriado aquella mañana, y que su único plan era quedarse en casa comiendo pizza y viendo películas liada en una manta. Él se ofreció para ir a su casa en vez de salir, pero Ruth lo convenció para que no lo hiciera, o eso creyó, porque un rato después, con los créditos iniciales de Cómo perder a un chico en 10 días, el sonido del timbre la obligó a levantarse.

Cuando cayó en la cuenta de que podía ser Lucas, antes de abrir la puerta, se miró en el espejo del recibidor. Deseó no haberlo hecho, porque tenía un aspecto horrible. Hizo lo que pudo con el pelo, intentando colocarlo en su sitio, y por un momento se le ocurrió que un poco de maquillaje ocultaría la irritación de la nariz, pero desechó esa idea, porque de todas formas maquillarse no es muy útil cuando te estás sonando los mocos continuamente. Además, el timbre insistió, así que no tuvo más remedio que abrir y esperar que no saliera huyendo al ver su cara.

No lo hizo.

En vez de eso la saludó con una sonrisa radiante.

-Hola.

-Hola. – Le resultó imposible no sonreír también –. Te dije que no hacía falta que vinieras.

-En realidad me dijiste que si venía te enfadarías tanto conmigo que no volverías a hablarme.

-Estoy enfadada contigo.

-¿Me das la oportunidad de arreglarlo?

-Deberías irte con los demás por ahí. Yo estoy bien.

-Se me ha ocurrido un plan mejor que música de discoteca, futbolín y amigos borrachos.

-¿Pasar un sábado por la noche con una enferma comiendo pizza fría y viendo la televisión? – dijo Ruth con ironía.

-¿Es que hay un plan mejor? – Su sonrisa era tan maravillosa que le costaba creer que existiera de verdad. Se sacó un pendrive del bolsillo y se lo mostró –. He traído Death Note.

Se rindió, demasiado feliz como para ocultarlo. Lucas había pasado de una noche de fiesta con sus amigos para pasarla con ella en un sofá viendo anime.

-Entra. Te vas a morir de frío ahí fuera.


Después de unos cuantos capítulos Ruth sintió que aquel anime había cambiado su vida y que nunca volvería a ser la misma. Era lo mejor que había visto nunca. Aunque quizás fuera por la fiebre, que la tenía un poco atontada.

-Me he enamorado de L – suspiró –. No sé por qué no me has enseñado esto antes. Es increíble.

Lucas se echó a reír.

Estaba sentado en un lado del sofá, con las piernas de Ruth encima y Kahlúa encima de las piernas de Ruth, enroscada y durmiendo plácidamente, con un ligero ronroneo.

-¿Sabes? Creo que a partir de ahora me voy a aficionar al anime – siguió diciendo.

-Me parece bien.

La observó, envuelta en aquella manta y en la luz tímida de la lámpara de pie. Miró sus ojos vidriosos y su nariz roja. Y se sintió feliz.

-¡No me mires! – exclamó ella avergonzada, escondiéndose en las mangas de su sudadera –. Tengo un aspecto horrible.

-¿Qué dices? Estás muy mona.

Ruth sonrió y pensó que habría sido genial que en ese momento no se hubiese tenido que sonar la nariz. Agarró un pañuelo y se lo llevó a la cara.

-Un encanto.

-Víctor se ha puesto muy contento de que viniera, ¿sabes?

“Yo también” pensó ella. “No sabes cuánto”.

-Gracias... por estar aquí conmigo. Tenía ganas de verte. – Esa última parte no tenía intenciones de decirla en voz alta, pero le salió de los labios con la misma facilidad que lo pensó.

Sintió la mano de Lucas buscando la suya bajo la manta, así que enlazó sus dedos con los suyos. Después ambos sonrieron, cada cabeza en un extremo del sofá.

-¿Por qué estás tan lejos? – preguntó él riendo, y después tiró de su mano para acercarla.

Kahlúa dio un salto cuando las piernas de Ruth se deslizaron hasta dejar los pies en el suelo, y con su orgullo herido subió a la mesita y se tumbó encima del portátil, dispuesta a retomar su sueño.

Ruth apoyó la cabeza junto a la de Lucas, y él la giró, quedando cara a cara, muy cerca el uno del otro.

-Así mejor – susurró él.

Ella sintió un golpeteo muy fuerte en el pecho mientras Lucas le metía un mechón de pelo tras la oreja, y fue incapaz de sostenerle la mirada un segundo más. Simplemente cerró los ojos, dejando por un momento vencer a la fiebre que le pesaba en los párpados. Cuando volvió a abrirlos le parecía que había pasado una eternidad, aunque sabía que tan solo habían transcurrido unos segundos.

-Creo que necesitas dormir.

-No te vayas. – Su voz sonó infantil, y esto conmovió a Lucas.

-No me iré.


Cuando Víctor llegó un rato después, los encontró a los dos dormidos, Lucas con la cabeza apoyada en el respaldo del sofá, y Ruth acurrucada en su hombro. Estaban cogidos de la mano.

domingo, 11 de septiembre de 2011

Capítulo 51

http://unlibrounmundotumundo.blogspot.com/2011/09/feliz-no-cumpleanos.html


Cuando lo creas posible, hazlo”


El ensayo de aquel día empezó temprano. Cuando Ruth y Lorena llegaron, más tarde que los demás, pudieron reconocer nada más entrar por la puerta del sótano el ritmo que marcaba Víctor con la batería: Skumfuk. Lucas estaba levemente inclinado sobre el micro, situado junto a Rebeca, que pronto comenzó a arrancar de las cuerdas las primeras notas de la canción. No se detuvieron cuando ellas entraron, acompañadas de Javi. Se sentaron en el sofá a contemplar al grupo hasta que terminó la canción, mientras el anfitrión se unía al resto de componentes de Deep&Blue.

Ruth se dio cuenta de que Lucas no las miró en ningún momento hasta que acabaron, seguramente porque de haberlo hecho le habría invadido ese miedo a cantar en público que poco a poco iba superando. Aún así, sabía que su presencia le ponía nervioso.

-Entonces, ¿vais a tocarla en el festival? – preguntó aprovechando el descanso.

-Por ahora, esa es la idea. Pero Rebeca insiste en que nos saltemos la introducción. Se niega a cantar. – Fue la respuesta de Javi.

Lorena sonrió al ver la mueca de Rebeca ante el comentario. Se retiró el pelo oscuro de la cara, escondiéndolo detrás de la oreja, y se sentó en el brazo del sillón donde se había puesto Javi.

-¿Quieres? – dijo él ofreciéndole el vaso de Coca Cola que sostenía en la mano.

Ella negó con la cabeza apoyando la guitarra sobre el sillón.

-No sabemos qué tocar después. Son tres canciones y no nos ponemos de acuerdo. – Ruth pensó que todavía no se había acostumbrado a escuchar aquella vocecita tan dulce saliendo de Rebeca.

-¿Qué tal Fallen Leaves, de Billy Talent? – propuso Ruth, imaginándose a Lucas en el escenario interpretando esa canción. Era de las pocas canciones que conseguían estremecerla con un cosquilleo por todo el cuerpo. Cada vez que la escuchaba en su habitación le resultaba irremediable subir el volumen al máximo y cantar a todo pulmón mientras zarandeaba una guitarra imaginaria dando saltos como una loca delante del espejo del armario.

-No sabemos tocarla – aclaró Javi.

-¿Want you bad, de The Offspring? – intervino Lorena –. Esa canción le gusta a todo el mundo.

-Lo habíamos pensado, pero es una habitual entre el repertorio de The Muckers.

-¿The Muckers actuará en el festival? – La sonrisa y emoción de Lorena desconcertaron a Ruth, y Víctor, al ver su expresión extrañada, puso los ojos en blanco y explicó el entusiasmo de la chica:

-Está enamorada del batería.

-Yo ya tengo mi propio batería.


Y después de considerar otras cuantas posibilidades sin llegar a decidirse por ninguna, y tras un buen rato de ensayo, terminaron tirados en el suelo encima de una montaña de cojines, formando un círculo alrededor de una botella de tequila y seis vasos de chupito.

Ruth se preguntó dónde estaría Natalia, y si la verían aquel viernes por la noche.

-¿No vamos a salir hoy? – inquirió al ver en el reloj de pared que eran más de las once.

Sus amigos se miraron los unos a los otros, y después se encogieron de hombros. Al parecer les esperaba noche de chupitos y guitarras en casa de Javi. No estaba nada mal el plan.

Se levantó para comprobar en el móvil que sus padres no la habían llamado, y al hacerlo, le crujieron los huesos de las rodillas. Javi, que estaba sentado a su lado, se echó a reír.

-Creo que me vendría bien hacer algo más de ejercicio – se justificó ella con una enorme sonrisa.

-Yo salgo a correr un rato todos los fines de semana, no demasiado temprano. Si quieres puedes venir mañana – sugirió él.

Aunque lo de hacer ejercicio lo había dicho en broma, aquella posibilidad le pareció una buena idea. Quizás correr un rato le sentaría bien.

-¿En serio? ¿No seré un estorbo? Mira que yo eso de correr...

-Tranquila – sonrió él, sirviéndose otro chupito y rellenando el vasito que Lorena le acababa de acercar –. Iremos a tu ritmo.


-¡Javi! – jadeó con la garganta helada tras su amigo, viendo cómo se deshacía la nube de vapor que se le había formado alrededor de la boca. A pesar de los guantes, tenía las manos congeladas, y también las orejas, que había intentado proteger en vano con la capucha de la sudadera – ¿Qué tal si hacemos un descansito?

Él se detuvo en un banco, con las gotas de sudor deslizándose por su piel.

-Pensaba que estarías en mejor forma – bromeó con una sonrisa, mientras el aire entraba y salía rápidamente de sus pulmones. Después miró al suelo, con los brazos apoyados sobre las rodillas, e intentó relajar la respiración.

-Bueno, siento decepcionarte. Ahora no te queda más remedio que soportarme. – Tras decir esto, Ruth se echó a reír. Aunque le pareció que no había sido una buena idea, porque pronto le faltó el aire de nuevo –. ¿Y dices que haces esto todos los fines de semana?

-Sí. Me gusta empezar así el día.

-En realidad... es la una de la tarde.

-Madrugar no me sienta tan bien como correr. Y hoy estamos llevando un ritmo tranquilo. – Miró a Ruth con picardía.

-¡Venga ya! Seguro que cuando vienes solo no aguantas ni diez minutos sin sentarte. Lo que pasa es que ahora estás intentando impresionarme. Cómo sois los tíos.

-Me has pillado. – Soltó una carcajada –. Bueno, ¿qué? ¿Seguimos?

Ruth lo miró horrorizada. De solo imaginar que tenía que volver a correr se le revolvían las tripas.

-Espera un minuto, por favor.

-¿Qué tal si lo dejamos por hoy? Te invito a una cerveza, te la has ganado.

Caminaron hasta el bar más cercano y se sentaron en una mesita escondida al fondo del local. Pidieron un par de cervezas y hablaron tranquilamente.

-La verdad es que me muero por que llegue el Festival de Abril – dijo Ruth con brillo en los ojos.

-Yo también. Pero está el problema de las canciones. Además, insisto en que Rebeca debería cantar la introducción de Skumfuk. Tienes que escucharla, es...

El sonido del móvil en su bolsillo lo interrumpió. Mientras él lo sacaba y comprobaba quién le había dado un toque, Ruth pensó que era por lo menos la décima vez que mencionaba a Rebeca desde que habían llegado al bar.

-¿Quién es? – preguntó cuando vio que su amigo soltaba un largo y cansado suspiro.

-Claudia.

-¡Ah! Le gustas.

-Lo que pasó en Nochevieja fue un error... pero ella no parece comprenderlo. Me acribilla a perdidas todo el día. Y yo nunca le respondo. ¿Qué diablos tengo que hacer?

-¿Por qué no hablas con ella?

Él sacudió la cabeza a modo de negación.

-Esas cosas se me dan de pena.

-Pobre chica.

-Bueno, y tú con Lucas... ¿Qué os traéis entre manos? Últimamente se le ve muy contento.

Esa información hizo sonreír a Ruth.

-Me ayuda con francés por las tardes. Eso es todo.

-Ya... – rió Javi echándose hacia atrás y llevándose la cerveza a la boca.

-¿Y tú y Rebeca?

El chico se atragantó y empezó a toser.

-¿Qué dices?

-Bueno, yo no tengo ese sexto sentido que dicen que tenemos las mujeres y que supuestamente nos hace darnos cuenta de cuándo a un chico le gusta una chica... Pero Javi, tampoco soy tonta.

-Tienes razón, no tienes ese sexto sentido. – Y se echó a reír con torpeza, nervioso – Rebeca y yo... – Resopló, como si acabara de escuchar la mayor estupidez del mundo –. Qué cosas se te ocurren.

-Pues a mí me parece que hacéis una pareja estupenda.

-Ya... pues no sé de dónde te sacas esas ideas tan raras.

-Yo creo que tú también le gustas a ella.

Estuvo a punto de atragantarse otra vez.

-Pero si todo lo que hago le parece mal. Es una borde.

-Pero anoche se quedó hasta que nos fuimos todos. ¿Cuándo había hecho eso antes? Siempre se va después de los ensayos. Y ayer no. Eso es... porque le gustas.

Estaba disfrutando de lo lindo viendo cómo Javi estaba cada vez más y más nervioso, pero decidió cambiar de tema, porque no le gustaba la idea de que terminara ingresado en el hospital con un trago de cerveza impidiéndole respirar.