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lunes, 24 de octubre de 2011

Capítulo 59

El amor ocupa el primer puesto en la lista de cosas inalcanzables para la razón”


-¿Me das otra cerveza sin alcohol? – Javi se encargó de demostrar el poco entusiasmo que le producían aquellas dos últimas palabras. Era la tercera cerveza.

Alguien le dio unos golpecitos con el dedo en la espalda, así que se dio la vuelta para averiguar quién era. Una chica le sonreía ligeramente, con el pelo negro retorcido en un recogido perfecto. Llevaba un vestido blanco atado al cuello, estampado de azul turquesa y marrón. Bajó la mirada, sin mucha discreción, hacia las piernas desnudas y blancas, terminadas en unas bonitas sandalias marrones, de tacón. Boquiabierto, se obligó a contener un suspiro. Alzó la vista de nuevo y descubrió unos ojos azules inmensos, no muy maquillados, que lo contemplaban con cierto aturdimiento. Le llevó unos segundos darse cuenta de que era Rebeca.

-Hola – dijo ella, alzando una ceja. Quizás su aspecto no fuera el de siempre, pero aquel gesto era muy propio de Rebeca.

Javi se había quedado mudo.

-Vaya... – Fue lo único que pudo decir, embriagado por la sorpresa, mientras soltaba la cerveza en la barra –. ¿Qué has hecho con Rebeca?

Se encogió de hombros, quitando importancia a ese cambio tan radical.

-Me apetecía algo diferente, ¿sabes? Aunque no sé si me siento muy cómoda. Estos zapatos son muy dolorosos. ¿Qué te parece?

-Estás... – Javi se dio el gusto de mirarla de nuevo de arriba a abajo, buscando la palabra adecuada –: Impresionante.

-Pues guarda bien esta imagen en tu cabeza, porque no volverás a verme así en la vida. ¿Me pides una cerveza?

-Claro.

-¿Javi? ¡JAVI! – Una voz femenina y aguda le hizo mirar a su izquierda, y le faltó muy poco para caerse cuando vio a la chica rubia, con un pelo tan largo que parecía no terminar nunca, corriendo hacia él con los ojos vidriosos y los brazos abiertos.

“Dios mío” pensó, sintiendo que el mundo se tambaleaba. ¿O era él? “Dios mío”.

Todavía no había reaccionado cuando la misteriosa chica se le colgó del cuello, mientras gritaba de alegría.

“DIOS MÍO”.

-¿A-Angie? ¿Angie? ¿Eres tú?

La miró perplejo. Claro que era ella. Era Angie, la inglesita que lo había abandonado unos años atrás para regresar a su ciudad. Estaba más alta, y su cuerpo tenía las formas de una mujer. Ya no era la niña de la que se había enamorado.

-¡Sí! ¡Soy yo! Estás genial, Javi. ¡Has cambiado mucho! Qué alto estás.

-¿Y cómo es que estás aquí?

-He convencido a mi padre para que pasemos aquí el verano. ¡Tenía tantas ganas de verte! ¿Cómo te va?

La chica a la que había esperado durante años ahora estaba allí, delante de él. Pero cuando vio que Rebeca se había ido, y que por mucho que mirara a su alrededor no podía encontrarla, supo que no podía quedarse a hablar.

-Angie, ¿hablamos luego? Tengo algo importante que hacer.

Ella asintió, claramente desilusionada y dolida, y dejó que Javi se marchara a toda velocidad, abandonándola con el corazón paralizado.

Salió del gimnasio, mirando hacia todos lados, y encontró a Rebeca sentada frente a la pista de fútbol, con la espalda rozando la pared y la cabeza hundida en las rodillas, a las que se abrazaba como si le fuera la vida en ello. Se sentó a su lado sin decir nada, y esperó a que se diera cuenta de que estaba allí. Al fin descubrió el rostro, y Javi se quedó congelado.

Ver a Rebeca llorando era una de las cosas que había catalogado como “las que podrían ocurrir solo cuando todo lo imposible del mundo y del universo hubiera sucedido”. Así que no estaba preparado para afrontar algo así.

-¿Estás llorando?

-¿Me preguntas si estoy llorando? ¿Eres idiota?

De acuerdo. Era evidente que estaba llorando, pero no se le había ocurrido nada mejor de decir. Intentó arreglarlo.

-Lo siento. ¿Y qué te pasa?

-¿La verdad? No lo sé...

-Mmm... Creo que es por el vestido. Te ha vuelto blanda. Pero no te preocupes, cuando te pongas de nuevo tu ropa te transformarás. Y volverás a ser esa Rebeca que da tanto miedo.

Se sentía tan impotente que lo único que pudo hacer fue decir esa sarta de tonterías. Tuvo suerte, porque su amiga soltó una risilla mientras se secaba las lágrimas con el dorso de la mano, y después suspiró, como quien se acaba de quitar un enorme peso de encima.

-Pero tranquila, no se lo diré a nadie. Tu secreto está a salvo conmigo.

-Javi, estoy llorando, no enterrando un cadáver.

Él se echó a reír. Al parecer, incluso Rebeca tenía sus momentos de debilidad. Y un corazón capaz de exprimir lágrimas, por lo visto. Se sintió tan conmovido que no pudo evitar rodear su hombro, acercándola a él. Le frotó el brazo, un gesto reconfortante.

-Bueno, ¿me vas a contar ya qué te pasa?

-No tienes que hacer esto. Puedo estar sola. Deberías irte con esa chica... con Angie. Hacía mucho que no hablabais, y yo estaré bien sin ti.

-No quiero irme con ella. Quiero estar contigo.

-Creo que acabo de darme cuenta de algo, y por eso me he puesto a llorar. Creo que he sentido... miedo.

-¿De qué se trata?

Ella no respondió. Buscó la mano de Javi con la suya, y la atrapó entre sus dedos. Él sonrió en silencio, permaneciendo así unos minutos.

-Gracias... por venir a buscarme.

-¿Sabes? Estás preciosa. Pero me gusta mucho más cuando no llevas tacones y vas vestida de negro. Aunque eso de enseñar las piernas no está mal. – Rebeca le pegó con suavidad en el brazo, riendo –. ¿Y sabes otra cosa? – Le agarró la barbilla, obligándola a mirarle a los ojos. Él se perdió en los suyos... tan profundos y azules –. Se me ocurrió el nombre del grupo pensando en ti... en tus ojos. Deep&Blue... No te saco de la cabeza, Rebeca.

Le acarició la cara, y ella anidó la mejilla en su mano. Se acercaron despacio, hasta que sus labios se unieron, dando lugar a un beso que los dos deseaban con fuerza desde hacía mucho tiempo.

domingo, 16 de octubre de 2011

Capítulo 58

Es increíble cómo alguien puede romper tu corazón, y sin embargo sigues amándole con cada uno de esos pedacitos”

Dedicatoria que alguien me escribió una vez en la agenda.


A las siete ya estaba en su casa, preparándose para la gran noche. ¡Estaba tan nerviosa que se cayeron al suelo las tenacillas! Se iba a rizar el pelo, pero después de la caída, dejó de funcionar. Resopló mientras enrollaba el cable alrededor.

-¡Venga ya, lenta! ¡Necesito mear!

Víctor llevaba un rato golpeando la puerta, así que la abrió y lo dejó pasar un momento, mientras ella se extendía una crema de limón sobre las piernas, encerrada en su habitación. Estaba muy contenta, así que puso música alegre. Algo de Zebrahead. Y mientras tarareaba Playmate of the year se preguntó qué se pondría Lucas, y sonrió, segura de que no iba a arreglarse mucho.

Todas las chicas llevarían vestidos elegantes, la mayoría de ellas, supuso, de color negro. Pero ella había preparado un modelito menos formal. Unos vaqueros desteñidos y llenos de agujeros descansaban encima de la cama, junto a una camiseta blanca de tirantes finos y con poco escote. Acompañaría el conjunto con unas sandalias sencillas, sin tacón. Lucas le había dicho que le gustaba más cuando iba poco arreglada, cuando era ella misma. Y quería sorprenderlo acudiendo a una fiesta midiendo doce centímetros menos de lo habitual en esas ocasiones.

Regresó al cuarto de baño para maquillarse. No se maquillaría mucho, solo lo necesario. Un poco de colorete... un toque de lápiz negro, y un poco de cacao de fresa. Lista.

Gracias al percance con las tenacillas, terminó antes de lo previsto, así que pudo caminar tranquilamente hacia el Golden River, con un millón de pensamientos amontonándose en su cabeza y un largo trayecto que recorrer. No cogería el autobús. Tenía tiempo de sobra.

Intentó imaginar las palabras que habría escogido Lucas para su discurso. Fueran cuales fuesen, seguro que era perfecto. Se lo imaginó en su casa, nervioso ante la idea de hablar delante de todos. Aunque, quizás después del concierto, su miedo escénico se habría disipado un poco.

Llegó tres minutos antes de las nueve, y se sentó en uno de los banquitos, a esperar. Estaba segura de que no tardaría mucho en verlo aparecer, y mordiéndose el labio, se entretuvo mirando a unos niños que jugaban cerca de ella, tirándose por el tobogán y lanzándose puñados de tierra.

Volvió a mirar el reloj a las nueve y cinco, y después a las nueve y diez. Era muy raro que Lucas llegara tarde. Sacó el móvil para llamarlo, pero pensó que aún era pronto. Tenía que ser paciente.

A las nueve y veinte lo llamó, empezando a preocuparse. ¿Y si le había pasado algo? Pero estaba apagado. Movió las piernas, nerviosa, dando pequeños golpecitos sobre el suelo.

¿Es que la había dejado plantada? No... cómo iba Lucas a hacer algo así. Marcó el número de Lorena y esperó un par de toques, hasta que su voz, llena de vitalidad, le respondió.

-Lorena, ¿se ha marchado ya tu hermano?

-Sí, se fue hace una hora o así, ¿por qué? ¿No ha llegado todavía?

-No... he intentado llamarlo, pero tiene el móvil apagado. ¿Crees que le habrá pasado algo?

-Mmm... me encontré antes su móvil descuartizado en su habitación. Los trocitos llegaban de una punta a otra, supongo que estaría desesperado con lo del discurso y lo pagó con él. Tranquila, no creo que le haya pasado nada...

Notó la preocupación en su voz, algo totalmente contrario a lo que pretendía transmitir.

-Bueno... esperaré un poco más. Nos vemos esta noche, ¿vale?

-De acuerdo. Y no te agobies, ¿eh? Que seguro que no es nada.

-Claro...


-¡¿Es que te has vuelto loca?!

Eva frunció el ceño mientras retiraba ligeramente el teléfono de la oreja para que la voz de Ismael no la dejara sorda. ¿Cuántas veces la habían llamado loca en los últimos meses?

-Vamos a ver, pedazo de idiota. Te acabo de poner a Ruth en bandeja, ¿y así es como me lo agradeces?

-Voy a colgar.

-Ahora mismo estará sola y desconsolada, esperando a que llegue Lucas. ¿Vas a dejarla allí, llorando a lágrima viva?

Quería que Ruth entrara en el gimnasio acompañada de Ismael, y que Lucas los viera juntos, y decidiera olvidarse de ella para siempre. Pero Ismael colgó sin decir nada más.


Estúpida Eva... ¿por qué tenía que meterlo a él en todos sus fregados? Salió de casa en dirección al instituto, pero cambió el rumbo al imaginarse a Ruth sola, sentada en un banco, y llorando con las manos en la cara. No podía dejarla allí... Iría y se lo explicaría todo. Ella lo comprendería y le daría las gracias, y después él la dejaría marchar con Lucas. No debía aprovecharse de la situación, aunque tuvo que reconocer que se sentía tentado a hacerlo.

Al doblar la esquina del enorme hotel, la vio...

Allí estaba ella, efectivamente, llorando, pero no tenía las manos cubriéndole el rostro. No. Era mucho peor. Dejaba al descubierto un río de lágrimas corriéndole por las mejillas y derramándose sobre sus vaqueros. Se sintió tan conmovido que deseó consolarla entre sus brazos, y acariciarle el pelo hasta que dejase de llorar.

Y cuando Ruth lo vio y se abalanzó sobre él, hundiendo la cara en su pecho, no se sintió con fuerzas para decirle la verdad. ¿Tan malo sería aprovecharse solo un poquito de la situación?

Le daba vergüenza preguntarle por qué lloraba, cuando conocía de sobra el motivo, así que fue un alivio que ella se decidiera a hablar primero, aunque fuera para disculparse por su efusivo comportamiento. Se separó de él sorbiéndose la nariz.

-Lo siento...

-Tranquila.

-Había quedado con Lucas, pero no ha aparecido.

Suspiró. Era el momento.

-Verás, Ruth...

-¡No lo entiendo! ¿Por qué? A lo mejor le ha pasado algo... En cualquier caso, me alegro de que hayas aparecido, Ismael.

Otra vez... Al decirle esas cosas le arrebataba de golpe todas las ganas de explicarle lo sucedido.

-Bueno, tranquilízate. Vamos a ir al instituto, a ver si está allí. ¿De acuerdo?


Leyó por décima vez su discurso. Ya casi se lo sabía de memoria, y cada vez le convencía menos, así que decidió que no volvería a leerlo hasta que no tuviera el micrófono delante y a todo el instituto pendiente de él. Sintió un ligero mareo al imaginar lo que le esperaba.

Echó un vistazo a su alrededor. La gente ya había empezado a llegar, y la presencia del alumnado se notaba, sobre todo, en el ruido que ocupaba el gimnasio. El mensaje de Ruth se había incrustado en su memoria del mismo modo que los rasgos que definen una escultura. Estaba tan enfadado que ni siquiera pensaba pedirle una explicación.

Justo cuando decidió salir a tomar el aire para relajarse un poco, los vio entrar. No se podía decir que rebosaran felicidad, pero allí estaban, juntos.

Ruth lo vio inmediatamente, puesto que estaba sentado sobre el pequeño escenario, y clavó su mirada en él como un cuchillo afilado. Casi sintió el corte de sus pupilas en la piel. Una mirada capaz de arrancarle a uno el corazón. No comprendió aquello. Era él quien tenía derecho a mirarla de ese modo. Mantuvieron los ojos fijos el uno en el otro unos segundos, pero después ella cogió aire por la nariz, lo expulsó, y giró la cara perdiéndose entre la gente mientras colocaba la mano sobre la espalda de Ismael. Aquella imagen lo destrozó por completo. No se podía creer que aquello estuviera sucediendo de verdad. Se vio tentado a arrojar el micro fuera de la plataforma de una patada, pero logró contenerse. Cerró los ojos, y cuando los volvió a abrir se encontró con el papel del discurso arrugado en su puño, y con Víctor.

-Tío... ¿estás bien?

-Genial.

-Ah. Bueno. Ahora... ¿me explicas por qué diablos mi hermana acaba de entrar por la puerta con ese capullo?

Lucas se encogió de hombros con indiferencia.

-¿Por qué no se lo preguntas a ella? Me ha dejado tirado para venir con él.

-¿Qué dices? Si se ha pasado la tarde hablando de...

-Lucas, ve preparándote. Tendrás que intervenir dentro de poco.

Era la profesora de Inglés. Lucas asintió con una sonrisa cansada y se levantó.

-Me voy, luego hablamos. – Resopló –. La que me espera.


-Ruth, ¿qué haces aquí? El discurso va a empezar ya – dijo Lorena tirando de su brazo, cuando la encontró sentada en un banco bajo los árboles del patio.

-Déjame. No pienso escuchar ese discurso.

-¿Qué estás diciendo?

-Pues eso. Avísame cuando termine. Yo estaré aquí... perdiendo el tiempo. Igual que he hecho estos últimos meses.

Lorena se sentó a su lado y le pasó un brazo por el hombro cuando se dio cuenta de que Ruth estaba llorando.

-Eh...

-¿Sabes? Tengo una norma: no salir con un chico que te hace llorar dos veces la misma noche. Y esta es la segunda.

-¿Desde cuándo tienes esa norma?

-Desde hoy mismo.

-Ruth... ¿Qué ha pasado?

-Es tu hermano. No puedes ver todo esto de manera objetiva. Y eso no me vale ahora.

Se enjugó las lágrimas en vano, porque brotaron más antes de que se hubiera deshecho de las primeras.

-Claro que puedo. Y si hay que decirle cuatro cosas bien dichas y darle un tortazo, pues se le da. Ven aquí – añadió mientras la abrazaba.

-¿Por qué no ha venido, Lorena?

-No lo sé...

“Pero seguro que hay alguna explicación” pensó para sus adentros. Decidió no decirlo en voz alta. Cuando tu amiga está llorando por un tío porque le ha dado plantón, de ningún modo puedes sugerir que él tiene algo de razón, aunque ese tío sea tu hermano, y aunque sepas de sobra que, sea como sea, algo de razón tiene que tener. Quizás fuera cierto que no podía ser objetiva.

-Escucha, Ruth. Vamos a ir ahí dentro y vamos a escuchar ese discurso. Y después le damos una paliza si quieres. Pero, por favor, es mi hermano y no me lo puedo perder.

Ruth no pudo evitar reír.

-Está bien. Además, si lo hace fatal tengo que verlo. Dime que lo va a hacer fatal, aunque sea la mentira más gorda que hayas dicho en tu vida.

-Claro que lo va a hacer fatal.


Estuvo genial.

El discurso fue brillante y muy conmovedor. Algunas chicas incluso lloraron un poco. Esas lágrimas de emoción que produce en algunas personas el hablar de la unión entre compañeros y los años y momentos compartidos por todos.

Después del acto, Lucas desapareció.

domingo, 2 de octubre de 2011

Capítulo 57

Una despedida abre el camino, quizás entre lágrimas, hacia un comienzo”


Después de levantarse encendió el ordenador. Era tarde, y ya no le merecía la pena desayunar. Esperaría a la hora de comer. La noche anterior se había acostado tarde y, además, el día había resultado tremendamente agotador: ¡Había escapado del instituto por la ventana!

Recordó que Lorena le había dado su cámara para que subiera las fotos del concierto a Tuenti, ya que ella tenía un problema con la conexión a Internet y no sabía cuánto podrían tardar en arreglarlo. La conectó al ordenador y copió todas las fotos en una carpeta. Mientras se subían las fotos a Tuenti, echó una ojeada y descubrió que una gran parte de ellas era de The Muckers. Sonrió. Terminó viendo fotografías antiguas. Había muchas de los ensayos, alguna que otra en el instituto, también de Nochevieja... Más abajo vio que había un vídeo. Lo pensó un segundo y después hizo doble clic para abrirlo con el reproductor.

Observó aquel parque bajo un cielo nublado, que se movía por culpa del mal pulso del cámara. No tuvo que fijarse mucho para reconocer aquel lugar: el jardín botánico. Pronto se vio a ella, balanceándose en un columpio, de espaldas. Una voz, la voz de Lucas, empezó a decir algo susurrando, y tuvo que subir el volumen del ordenador para poder entenderlo.

Son las... siete y cuarto de la tarde, y me da a mí que está a punto de ponerse a llover. Mmm... a Ruth no parece importarle demasiado. Cuando te balanceas en un columpio todo importa un poco menos. ¡Vaya! Me recuerda a esa niña pequeña que me obligaba a empujar su columpio con fuerza en el parque, hace ya muchos años. “¡Más fuerte!”, decía, y levantaba un brazo, como intentando coger el cielo. Me pregunto si era eso lo que pretendía. En realidad... estos años no la han cambiado mucho. Recuerdo que entonces, cuando la veía jugando en el parque, me decía a mí mismo que seguramente toda la luz del mundo provenía de ella... No sé si sería sincero por mi parte decir que son cosas de niños. La verdad es que sigo pensando lo mismo.

Aquella última frase le llenó los ojos de lágrimas, y sonrió en la tranquilidad de su habitación. El Lucas del vídeo seguía hablando consigo mismo, con la sinceridad de quien no imagina que sus palabras serán escuchadas.

Me pregunto si recordará ella todo eso. ¿Qué estará pensando? De vez en cuando sonríe, así que supongo que será algo bueno. ¿Cómo es posible que no se haya dado cuenta de que la estoy grabando? Es un poco despistada... Pero me encanta eso de ella... Me encanta todo de ella. Me gustaría decírselo, pero... parece que tiene que haber entre nosotros un ordenador, o una cámara, para poder hacerlo.

En el vídeo, se vio a ella misma levantando la cabeza, mirando al cielo. Luego desvió la vista hacia la cámara.

¡Oh, oh! Parece que me ha visto..

¿Estás grabando? Era su propia voz, muy débil por la distancia que los separaba. Bueno, esa voz extraña que sabía que era la suya, pero que no se parecía en nada a la que escuchaba cuando hablaba normalmente.

Haz como si nada.

La Ruth del vídeo paró el columpio con los pies y comenzó a acercarse. Después un montón de colores se mezclaron sin tomar una forma, y recordó que fue entonces cuando le quitó la cámara de las manos y comenzó a grabarlo a él. Pero Lucas se tapó con una mano.

No, no, ahora no te tapes.

Siguió viendo aquellas imágenes, con los ojos vidriosos, hasta que la cámara dejó de enfocarlos a ellos y filmó la hierba verde del césped. Ya solo podía escuchar sus voces, pero eso fue suficiente para trasladarla mediante recuerdos a aquel lugar, a aquel momento.

¿Te puedo besar?

Suspiró. Ella ya sabía el final. Y no era un final con beso.


-¡Fuegos artificiales!

Todos se extrañaron por el saludo de Javi, que acababa de entrar en clase y soltaba su mochila a los pies de la mesa mientras se sentaba.

-¿Fuegos artificiales? – preguntó Ruth.

-Sí. Tu hermano y yo los hemos comprado por Internet.

-¿Mi hermano y tú habéis comprado fuegos artificiales por Internet?

-Algún día tenía que pasar – dijo Rebeca encogiéndose de hombros, sin desviar la vista de su cuaderno.

-¿Y podemos saber para qué? – rió Lucas.

-Ooh... No, no. Creo que no quiero saberlo – añadió Ruth, y después se ayudó de la calculadora para continuar con su problema de Física.

-Pues tápate los oídos. Vamos a lanzarlos en la fiesta de fin de curso.

Los tres miraron a Javi, dejando a un lado por el momento sus respectivas tareas.

-Vais a lanzar fuegos artificiales en la fiesta de fin de curso – repitió Rebeca analizando la frase en su cabeza.

-Exacto. Veo que lo has pillado.

Ella puso los ojos en blanco y volvió a centrarse en sus deberes.

-¿Y no se te ha ocurrido pensar que podrían expulsaros por hacer algo así?

-Si pillaran al responsable, sí. Y en ese caso, Víctor asumiría la culpa. Es su último año en el instituto, ¿recuerdas? ¡Va a ser genial!

-Me imagino la cara de los profesores... – dijo Ruth, visualizando a Francisco Jiménez con su rostro crispado bajo la luz de colorines de los fuegos. Soltó una carcajada –. Sí, tienes razón: va a ser genial.

A él pareció encantarle su comentario.

-Lo tenemos todo pensado. Será al final de la fiesta, después de la charla y todo eso. – Al decir lo de la charla, miró directamente a Lucas, quien dejó escapar un largo y sonoro resoplido.

La profesora de inglés era la encargada del discurso que se daba todos los años al finalizar el curso, y había escogido a Lucas, su mejor alumno, para que lo escribiera ese año. Él no había rechazado la proposición, pero lo cierto es que estaba un poco agobiado con el tema, porque no se le ocurría nada que decir delante de seiscientas personas sin que resultara aburrido.

-¿Y no será peligroso?

-Qué va. Son fuegos pequeñitos... El presupuesto no daba para mucho, ¿cuánto te crees que cuestan los fuegos artificiales? Los lanzaremos desde la pista de fútbol.

-Estáis locos.

Estaban locos, pero no cabía duda de que la idea resultaría ser un éxito entre los estudiantes, aburridos de charlas, cerveza sin alcohol y discursos interminables.


El mismo día de la fiesta, los alumnos de bachillerato decidieron reunirse por la tarde para preparar el gimnasio, el lugar elegido para la celebración. Acudieron casi todos, pero Lucas fue uno de los poco que prefirió quedarse en casa.

-No ha venido – le explicaba Ruth a unos compañeros de clase, que le habían preguntado por él –. Todavía no ha terminado de escribir el discurso, así que se ha quedado en casa.

-Bueno, pero vendréis esta noche, ¿no?

-Claro. Nosotros dos llegaremos un poco antes de la hora... Los profesores le han pedido que viniera pronto, y yo... bueno, le haré compañía para que no se aburra mientras tanto. – Sonrió. La verdad es que le hacía mucha ilusión que Lucas le hubiese pedido que lo acompañara.

-¡Ruth! – exclamó Lorena, que acababa de llegar y corría hacia ella – Antes de que se me olvide. Me ha pedido mi hermano que te diga... que en vez de a las nueve y media... a las nueve en el parque del Golden River. – Pronunció las palabras de memoria.


“Así que a las ocho en el Golden River, ¿eh?” pensó Eva mientras se alejaba de allí, retorciéndose un rizo. Disimuladamente, se acercó a la montaña de bolsos y mochilas que había junto a la puerta, y buscó el bolso de Ruth, asegurándose cada dos segundos de que nadie se daba cuenta de ello. Le costó encontrarlo, pero al fin se hizo con él. Buscó nerviosa su móvil, y cuando lo encontró se fue de allí, a un lugar más escondido.

Lo siento, pero al final no voy a poder estar a esa hora. He quedado con Ismael para ir a la fiesta con él. Nos vemos esta noche.


Lo releyó para saborear un poco más las palabras, y lo que ellas conllevarían. Se preguntó si serían creíbles, pero no se preocupó por eso. Cuando alguien recibe un sms, no se le pasa por la cabeza pensar que otra persona le ha robado el móvil.

Buscó a Lucas entre los contactos, y descubrió que la chica había dibujado con signos de puntuación una carita sonriente detrás del nombre.

“¡Qué tierno!” pensó.

Enviar.

Regresó al gimnasio, intentando ocultar la satisfacción que sentía, y devolvió el teléfono a su sitio. Nadie se dio cuenta de nada.

Ya solo quedaba hablar con Ismael. Y con un poco de suerte, su idea incluso le parecería interesante.


Volvió a leerlo, incapaz de creer lo que veían sus ojos. Pero no lo había entendido mal, ni había forma de malinterpretar ese maldito sms.

Estrelló el móvil contra la pared, mientras un gruñido le hacía vibrar la garganta. Vio cómo saltaba en mil pedacitos, pero no le importó. A la mierda el móvil. Y el mensaje. Y Ruth. ¡A la mierda la fiesta! Por desgracia, ya era demasiado tarde para negarse a dar el discurso. Podría decir que estaba enfermo, pero se estaría comportando como un cobarde. Iría allí, hablaría, y se marcharía antes de poder encontrarse con ella. Con ellos. Porque iban a ir juntos...

Se sentó sobre la cama, alterado, y se paseó los dedos por el pelo, intentando encontrar una explicación a todo. ¿Cómo podía haberle hecho eso? ¿Por qué? Si hacía tan solo unas horas las cosas estaban bien entre ellos. ¿Por qué había decidido ir con Ismael en vez de acompañarlo a él? ¡Con Ismael! ¿Por qué se había mostrado tan fría en el sms? ¿Qué había podido pasar en tan poco tiempo que le hiciera cambiar de idea de manera tan radical?

Quiso volver a leer el mensaje, convencido de que algo fallaba, pero ya era demasiado tarde.