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lunes, 29 de agosto de 2011

Capítulo 47

Un susurro sin palabras me dio la voz”


El timbre sonó, por fin, después de mucho hacerse esperar, y los alumnos salieron a toda prisa, amontonándose en los pasillos y en la escalera. Ruth se dio la vuelta cuando una mano la agarró suavemente por el hombro, y descubrió a Lucas detrás de ella, con una sonrisa, tan radiante como siempre, dibujándose en su rostro. No pudo evitar sonreír ella también.

-¿Adónde vas con tanta prisa? – quiso saber él, viéndose obligado a alzar un poco la voz por el griterío que se había formado a su alrededor.

-A salir de aquí cuanto antes.

Lucas apretó un momento los labios mientras asentía.

-¿Tienes algo que hacer esta tarde?

Aquella pregunta la pilló por sorpresa, y permaneció unos segundos en blanco, con los labios separados unos centímetros, pero sin decir nada, como si responder algo tan sencillo como un “sí” o un “no” se hubiese convertido de repente en el desafío más difícil del mundo.

-Bueno, había pensado repasar francés.

Casi no había terminado de hablar cuando se mordió el labio, preguntándose si se tendría que arrepentir de haber dicho eso. Porque iba a proponerle algo, ¿no?

-Ah, bueno... entonces...

-Pero no creo que me lleve mucho rato – se apresuró a añadir, atropellando unas palabras con otras. Lucas sonrió de nuevo, esta vez mostrándole su dentadura impecable –. ¿Por qué lo preguntas?

Él se encogió de hombros al mismo tiempo que elevaba la mirada al techo, adoptando una expresión un tanto teatral. Ruth soltó una risilla silenciosa. No pudo evitarlo.

-Se me había ocurrido que a lo mejor querías venir a dar una vuelta, a esto de las ocho o así. Pero si ya habías hecho planes...

La miró con picardía y ella le devolvió la misma mirada, y alzando una ceja se encogió de hombros del mismo modo que él lo había hecho un momento antes, y se dio media vuelta. No supo muy bien de dónde sacó el valor para llevar a cabo esa broma, porque el corazón se le había alojado en la garganta y palpitaba descontrolado.

Tal y como había imaginado que haría, Lucas la volvió a agarrar del hombro, y ella de nuevo lo miró cara a cara.

-¿Sí?

-Dicen que para conseguir eficacia en el estudio son necesarias unas horas de descanso. De lo contrario la cabeza se sobrecarga y resulta imposible asimilar lo que se estudia. No me gustaría que dedicaras tanto esfuerzo para nada.

Ruth fingió una expresión pensativa durante un momento.

-Bueno, creo que tienes razón. Todo sea por mi futuro académico.

Él se echó a reír con ganas.

-¿A las ocho en el parque de detrás del Golden River?

-Allí estaré.

-Genial.

Se miraron durante unos segundos, antes de que Natalia llegara hasta ellos arrastrando a Javi del brazo.

-¿Nos vamos?


La noche prometía, desde luego. Y estaba nerviosa. Muy nerviosa. Pero las cosas no salieron tan bien desde que llegó a su casa. Después de comer dedicó dos horas seguidas a estudiar francés, y terminó con una angustia insoportable en su interior. Porque no había manera de meterse el vocabulario en la cabeza. Ni los verbos. Quizás porque le resultaba imposible concentrarse.

Por si fuera poco, se peleó con su padre. Y no fue una pelea habitual. Hubo gritos, lágrimas, e incluso alguna que otra frase ofensiva. Y se echaron mil cosas en cara que en un principio nada tenían que ver, porque todo comenzó cuando Ruth rechazó la idea de ir con ellos a cenar (había quedado con Lucas y no tenía intención alguna de cancelar su “cita”). Al parecer su padre tampoco había tenido un buen día, porque aquella aparente tontería desembocó en la discusión más terrible que habían tenido desde hacía mucho, mucho tiempo.

Y a las siete y media, cuando ella se disponía a salir de casa para acudir al parque de detrás del Golden River, su padre se lo prohibió rotundamente. Pero Ruth, haciendo caso omiso a sus gritos y amenazas, abrió la puerta, salió, y cerró con un portazo que hizo retumbar la casa entera. Caminó deprisa, temiendo que su padre corriera tras ella. Pero no lo hizo. Aún así, sabía que su huida no iba a ser de gran ayuda a la hora de calmar las cosas, y que cuando regresara le esperaba otra buena bronca.

Pero ahora necesitaba despejarse. Necesitaba ver a Lucas.

Cuando llegó al parque con los ojos enrojecidos y los pómulos irritados por las lágrimas, el chico dio un brinco del banco en el que estaba sentado y corrió hacia ella, preocupado.

-¿Qué te ha pasado? – le dijo mientras le envolvía la cara con las manos, tan cálidas y reconfortantes que le robaron una sonrisa. Eso pareció calmarlos a los dos.

Se sentaron en el banco donde él la había estado esperando y se lo contó todo. Él escuchó atentamente cada palabra, sin interrumpir ni una sola vez.

-No puedo más – decía ella, con el llanto torturando su voz –. De verdad que no puedo más. Tengo ganas de gritar... y de olvidarme de todo aunque sea por un minuto. Tengo la sensación de que me va a explotar la cabeza.

Lucas no dijo nada, pero se agarró la barbilla, pensando, y después asintió para sí mismo. Recogió las lágrimas de su amiga con el pulgar, aunque su aspecto no mejoró demasiado. Se puso en pie y le ofreció la mano.

-Sé muy bien lo que necesitas. Ven conmigo. Voy a enseñarte algo.

Ruth se dejó llevar sin decir nada, hasta que llegaron a la puerta del Golden River. Miró hacia arriba, contemplando las lucecitas que brillaban como estrellas a lo largo del enorme hotel, y después miró a Lucas extrañada.

-¿El Golden River? ¿Qué hay aquí?

-Ya lo verás...

Y diciendo esto entraron en el edificio, atravesando la reluciente puerta automática que les invitó a adentrarse en él, deslizándose para abrirles paso. La decoración del hotel era muy moderna y sofisticada. Ruth se sintió fuera de lugar. Se sorprendió mucho cuando la chica que los recibió, sonriendo al otro lado del largo mostrador, se dirigió a su amigo con una confianza absoluta.

-Hola, Lucas. ¿Vienes a ver a tu tío?

Él respondió con simpatía:

-La verdad es que no. Vengo a lo de siempre...

Esta vez la recepcionista se mostró dudosa.

-¿Has hablado con él?

-No...

-Pues espera un segundo.

La chica descolgó el teléfono negro que había sobre el mostrador y, después de pulsar tres teclas, mantuvo una corta conversación con alguien.

-Ya está. Toma.

Y le ofreció a Lucas una llavecita que él se guardó en el bolsillo.

-Gracias, Bea.

-¿Qué es todo esto? – preguntó Ruth cuando estuvieron de nuevo a solas, dentro del ascensor. Lucas apretó el botón que los llevaría a la última planta.

-Qué impaciente. ¿Quieres esperar un poco?

Cuando las puertas del ascensor se abrieron, lo siguió hasta el final del pasillo, conteniendo un montón de preguntas. Las luces se encendían a su paso, iluminando aquel interminable corredor. Al ver que Lucas introducía la llave que Bea le había dado en el cerrojo de una pequeña puerta que había escondida en el rincón donde terminaba el pasillo, no pudo aguantar más:

-¿Qué es todo esto? – repitió, esta vez con desesperación –. ¿Por qué la recepcionista te ha dado esa llave?

Esta vez no obtuvo respuesta. La agarró de la mano y tiró de ella pasando a través de la puerta. Una especie de almacén en el que solo pudo encontrar oscuridad era lo que había al otro lado. Por un momento se le erizó el vello de la nuca. ¿Qué pretendía Lucas? No pensaría, tal vez... No. Se sintió fatal por los pensamientos que habían ocupado su mente durante un instante.

Su amigo pulsó un interruptor que dio luz a aquel pequeño espacio, y luego elevó el brazo hasta dar con el pomo de una puerta cuadrada que había en el techo, lo suficientemente bajo como para que alguien con claustrofobia no hubiese sido capaz de permanecer allí mucho rato. Tiró del pomo y unas escaleras se desplegaron hacia abajo, invitándoles a subir por la trampilla.

No preguntó más, a sabiendas de que de nuevo no recibiría ninguna explicación, y se limitó a seguirle por la escaleras.

El viento le azotó la cara cuando llegaron arriba, y tardó unos cuantos segundos en descubrir que estaban en la parte más alta del Golden River. Algo así como una azotea sin valla que les protegiera de una terrible caída de treinta y seis pisos.

-Mi tío es el dueño del hotel.

Ruth lo miró perpleja.

-No lo sabía.

-Suelo venir aquí desde pequeño... cada vez que algo no va bien. Cada vez que siento ganas de gritar y olvidarme de todo... aunque sea por un minuto.

No supo bien por qué, pero aquellas palabras (que eran las mismas que ella había pronunciado un rato atrás) consiguieron conmoverla hasta tal punto que las lágrimas se acumularon de nuevo en sus ojos, con tanta rapidez, que al momento se deslizaron por sus mejillas. Le escocían los pómulos.

Se imaginó al niño que Lucas había sido, llorando, sentado en aquel suelo de losas y con el viento removiéndole el pelo rubio, y llevándose consigo las lágrimas. Y el dolor.

-Nunca le había contado esto a nadie... y, mucho menos, compartido. Era un secreto entre mi tío y yo...

-Y la recepcionista.

Lucas sonrió.

-Y la recepcionista. – Hizo una pausa y después continuó –. Cada vez que subo aquí es como si el dolor se esfumara... o al menos parte de él. Como si los problemas se volvieran de pronto insignificantes. Ven.

Dieron algunos pasos para acercarse al borde, y el viento los golpeó con fuerza. El pelo de Ruth se agitaba enfurecido, dando latigazos en su cazadora. Una sensación extraña y al mismo tiempo sorprendentemente agradable la invadió por completo cuando vio la ciudad extenderse ante ella como una enorme maqueta parecida a las que a menudo la retenían durante largos ratos, contemplando maravillada un escaparate.

Un millón de luces de todos los colores dibujaba un universo en miniatura hasta toparse con el horizonte.

Se sintió libre.

Se sintió fuerte.

Se sintió tan feliz que comenzó a reír por encima de la voz del viento helado.

Extendió los brazos, como si pretendiera acoger en ellos toda la libertad posible, o como si fuera a echar a volar.

Y después de saborear durante un rato esa sensación tan placentera, se volvió hacia Lucas, que la contemplaba unos pasos por detrás, y movió los labios formando en ellos una palabra: Gracias.

Se acercaron el uno al otro, y como si pudieran leerse la mente se fundieron en un abrazo que tenía tanta fuerza que podría haber detenido el tiempo y el mundo entero... y así fue, porque en aquel momento solo existían ellos dos...

Ruth hundió la cara en el cuello del chico, respirando su olor... y visualizando de golpe todos los recuerdos que vivían intactos en su memoria... recuerdos junto a Lucas y junto a Lmusic. Palabras. Miradas. Un beso y un pañuelo negro. Una isla perdida en el mar. Su piel entre los dedos. Su sonrisa. Y su olor... Y el mismo cosquilleo que sentía en el estómago cada vez que hablaba con Lmusic, cada vez que recibía un SMS suyo, regresó junto con los recuerdos. Y una gotita de felicidad trazó un sendero plateado en su mejilla, y se perdió en el cuello de Lucas.

El viento congeló en su rostro el trazo que la lágrima había dibujado en su camino cuando deshicieron el abrazo y se miraron a los ojos con tanta intensidad que las pupilas hablaban por sí solas.

Te quiero, decían...

3 comentarios:

  1. ohhhhhhhhhhhhhh, que bonito!!! me ha encantado este capitulo y en especial este trozo final, es precioso :)
    Muchisimas gracias por la historia, es perfecta!!!
    Besos.

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  2. Ay, qué bonito :')
    Ya me empezaba a preocupar. Lucas y Ruth estaban bastante distanciados últimamente.
    Y... bueno, me ha hecho mucha ilusión que un personaje se llamara como yo XDD
    Espero el próximo capítulo. Sigue así, guapa :)

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  3. Precioso :)
    Ya se empezaba a reclamar ese ratito de amor entre ellos dos...
    Espero leer pronto el próximo capítulo :D

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