“Hoy es fácil ver las estrellas, libres de la luz contaminada de la ciudad. Debería aprovechar este momento tan fascinante y mirar al cielo, sabiendo que quizás sea una oportunidad única. Hoy es fácil estar a tu lado, sin miedo, sin nadie que me arrebate esta sensación tan maravillosa. Debería aprovechar este momento y quererte, quererte sin nadie más que mi corazón, sabiendo que quizás sea la única oportunidad para sonreir a mis sentimientos”
Aunque Ruth pretendía quedarse cerca del pequeño lago en vez de regresar a la playa, Lucas insistió en que volvieran, ya que sería mejor que estuvieran a la vista por si alguien iba a buscarlos. Debían de ser más de las ocho de la tarde, porque el cielo ya estaba adoptando unos tonos naranjas, anunciando el atardecer. Los chicos habían estado prácticamente todo el día caminando y se encontraban muy cansados.
Lucas decidió relajarse un poco dentro del agua, aprovechando los últimos rayos de luz que se reflejaban en el mar. Ruth, sentada en la arena, abrazaba sus rodillas, contemplando la preciosa imagen que tenía ante sus ojos: Lucas flotando en el mar, dejándose llevar por las tímidas olas que se rompían suavemente en la orilla, y el sol despidiéndose de ellos, cada vez más cerca del horizonte.
Se sentía agusto. En ese momento no le importaba estar perdida en una isla con Lucas. Estaba tan bien... El sonido y el olor del mar la tranquilizaban. Observó a su amigo tumbado en el agua y sintió un cosquilleo en el estómago. Llevaba dos semanas intentando evitar cualquier contacto con él, pero, ¿por qué? La verdad es que no recordaba muy bien cuál era el motivo. Para no enamorarse. ¡Qué tontería! Intentar dejar de ser su amiga había sido una estupidez.
Lucas salió del agua y, entonces, Ruth se dio cuenta de que llevaba un buen rato mirándolo y sonriendo embobada. Rápidamente dejó de hacerlo y desvió los ojos de él, pero sus mejillas no tardaron en tomar color. Sin darse cuenta, su mirada regresó al chico, que caminaba hacia ella. Era perfecto... Sintió una enorme tentación de salir corriendo hacia él y abrazarlo. Se estremeció al imaginarse entre sus brazos, y después intentó sacudir esa idea de su cabeza. Ella nunca se había sentido atraída por Lucas, seguramente porque su mejor amiga llevaba toda la vida enamorada de él. ¿Por qué sentía ese cosquilleo cuando lo tenía cerca? ¿Por qué, después de tantos años conociéndolo, de repente estaban cambiando sus sentimientos hacia él?
Lucas le dedicó una sonrisa cuando se encontró cerca. No una sonrisa cualquiera: su sonrisa, la sonrisa más maravillosa del mundo. De su pelo castaño claro cayeron algunas gotas, mojándole el rostro, y resbalando por su mejilla. Se abrazó a sí mismo y después se sentó junto a Ruth, que lo miraba como quien está a dieta y tiene ante sus ojos una bandeja de suculentos bombones de chocolate. Lucas parecía tener frío. ¿Tan terrible sería abrazarlo, estrujarlo en un inocente abrazo amistoso?
-¡Uf! - Exclamó él, frotándose los brazos, intentando entrar en calor. - Está refrescando.
-A quién se le ocurre bañarse con vaqueros. - Dijo Ruth observando los pantalones empapados de su amigo. Debía de estar muy incómodo con ellos.
-Yo me los quitaría, pero... - Rió él sacudiéndose el pelo con la mano.
Ruth vio un alga pegada a la espalda de Lucas y se acercó un poco para quitársela. Cuando rozó su piel, el chico pegó un brinco y soltó un leve gemido de dolor.
-¿Qué ocurre? - Preguntó ella retirando la mano rápidamente. - Solo iba a quitarte un alga...
-Tranquila, son estos arañazos. Me escuecen mucho con la sal del agua.
-¿Cómo te los has hecho?
Ruth vio que los arañazos se habían hinchado de la misma forma que si le hubiese arañado un gato. No se atrevió a intentar quitarle el alga de nuevo.
-Esta mañana, cuando estaba andando por los tejados de las casas, me he caído encima de un arbusto. Pero no es nada.
-Este no tiene muy buena pinta. - Advirtió ella señalando una herida que tenía el chico en el hombro. - Está hinchado y tiene un color muy feo. A ver, deja que lo vea.
-Da igual, ya se curará.
Ruth, haciendo caso omiso a lo que le decía su amigo, se acercó aún más para examinar el arañazo, y vio una pequeña astilla incrustada en la piel.
-Tienes una astillita. Te la puedo quitar si quieres, pero te va a doler.
-Déjalo, Ruth, no hace falta.
-Si no, se te va a infectar. Anda, ¡deja que te la quite!
Lucas suspiró y dejó su hombro en manos de Ruth. Después de un rato, la chica no había conseguido mover la astilla de su sitio. Estaba bastante profunda. Lucas se quejaba cada vez que su amiga tocaba la herida, pero lo cierto es que le agradaba aquella situación. Estaban tan cerca... más cerca de lo normal. De hecho, le extrañó mucho que Ruth permitiera estar a una distancia casi inexistente de él. Notó de pronto cómo su amiga conseguía sacar la astilla. Él se agarró a su brazo por el dolor.
-Lo siento. - Se disculpó ella.
Al levantar la cabeza se dio cuenta de que su rostro estaba a pocos centímetros del de Lucas. Se encontró con su mirada del color de la miel y se perdió en ella, sin intención de retirar sus ojos de allí. Él le acarició suavemente el pelo, y después la cara. Por un momento, la chica estuvo completamente convencida de que iba a besarla, pero no lo hizo. Solo la observó, con aquellos ojos tan inmensos, y paseó los dedos por sus mejillas, después por su cuello. Ruth colocó la mano en el hombro del chico, y sintió cómo lo estremecía, seguramente porque habría rozado alguno de los arañazos. La retiró al ver que le había hecho daño, pero él la agarró con suavidad y volvió a colocarla allí. Lucas sintió en sus labios el aliento de Ruth, que respiraba entrecortadamente, y temblaba. Quería besarla, pero algo dentro de él le decía que no debía hacerlo. Ignorando esa voz interior, rozó sus labios, pero ella reaccionó inmediatamente, alejándose de él.
Pero, ¿qué estaba haciendo? Ruth sintió cómo la culpabilidad la invadía por completo. ¿Cómo había podido llegar hasta tal punto? Por un momento había estado segura de corresponder ese beso. Menos mal que había entrado en razón a tiempo.
-Perdóname... - Susurró Lucas, algo avergonzado.
-Da igual. - Dijo Ruth sonriendo tímidamente, siendo consciente de que era ella quien había empezado todo aquello.
Permanecieron en silencio durante un minuto que se hizo eterno.
-Voy a... - Balbuceó Lucas poniéndose en pie y señalando hacia atrás con el pulgar. - Voy a por mi camisa. La dejé esta mañana en un árbol y...
Ella asintió y lo siguió con la mirada hasta que se hubo marchado. Después contempló el mar. Aunque el sol ya se había escondido tras el horizonte, el cielo no estaba oscuro del todo. Su tono, ahora de un rojo intenso, se reflejaba en el océano de la misma forma que si fuera un espejo.
Lucas se sentó bajo el árbol en el que había dejado su camisa y cubrió su cuerpo con la prenda. Después apoyó la cabeza sobre el tronco y observó a Ruth entre las ramas y arbustos que se enredaban en el pequeño tramo que los separaba. Ella no lo había visto y él tan solo podía verla de espaldas. No entendía qué había pasado hacía tan solo un momento... habían estado tan cerca. Había llegado a rozar sus labios. Y todo había ocurrido de repente. Suspiró. Pronto terminaría todo aquello. Alguien los encontraría y tendrían que regresar. Seguramente después de eso no tendría muchas más oportunidades de estar a solas con ella.
Ruth desenterró una concha con forma de flor. El paso del tiempo la había recortado de manera que parecía tener pétalos. La limpió con la mano, retirando la arena húmeda que la cubría, pero viendo que era imposible, se dirigió hacia la orilla y la metió en el agua. Al sacarla descubrió que la concha tenía un brillo rosado precioso. La contempló maravillada unos segundos, aprovechando la última luz del día.
-Es muy bonita. - Escuchó la voz de Lucas tras ella. - ¿Me la dejas?
Ruth se dio la vuelta y le entregó la concha. Ahora su torso estaba cubierto por la camisa que había llevado la noche anterior.
-Siento lo de antes. - Volvió a disculparse, después de mirar la concha con forma de flor y devolvérsela a la chica.
-Ya te he dicho que da igual.
-No quiero que las cosas empeoren entre nosotros. Bastante mal estaban ya...
-Todo está bien, Lucas. - Ruth sonrió al decir esto. - Además, ya no estoy enfadada. La verdad es que lo estoy pasando bien aquí contigo. Si no fuera porque me muero de hambre, querría quedarme aquí más tiempo. Pero bueno, cuando volvamos, tendrás que enseñarme a tocar la guitarra, que no te vas a librar tan fácilmente.
Lucas se echó a reir.
-Pues no sé de dónde piensas sacar tiempo. Te recuerdo que el jueves tenemos el primer examen de geología.
Ruth pensó proponerle estudiar juntos y, en un descanso, tocar la guitarra, pero no le pareció muy buena idea, así que prefirió callarse. Se sentó en la arena y dejó caer todo el peso del cuerpo sobre sus brazos.
-Cuando quedéis otra vez para ensayar, avisadme.
Lucas resopló.
-Eso será si ensayamos. No sé por qué de repente no soy capaz de cantar delante de la gente. Seguro que ya están buscando a alguien que me sustituya. - Soltó una carcajada. Después se sentó junto a Ruth.
-No seas tonto. Verás como con el tiempo superas eso. Además, tu hermana me ha dicho que cantas muy bien.
-Mi hermana me mira con muy buenos ojos. No canto tan bien.
-¿Por qué no dejas que lo juzgue yo misma? ¡Canta! - Ruth se incorporó de golpe y dio una palmada en el aire, intentando animar a su amigo a cantar.
-¿Qué dices? ¿Cómo voy a cantar ahora, así, de pronto?
En realidad era el momento perfecto para cantar. Estaba en la playa, a solas con la chica de la que estaba enamorado, envueltos por el anochecer. ¿Qué mejor momento para cantar que ese?
-Por favor. - Suplicó ella juntando las manos delante de su rostro, y poniendo cara de pena.
Lucas no respondió. Se dejó caer en la arena y se tumbó, apoyando la cabeza en las manos y cerrando los ojos. Ruth lo miró en silencio, esperando que empezase a cantar, hasta que se dio cuenta de que esto no iba a suceder. De pronto, escuchó un fuerte ronquido proveniente de Lucas, que fingía haberse quedado dormido.
-¡Serás! - Gritó Ruth riendo, y dando un empujoncito a su amigo, que seguía roncando, ahora con una sonrisa en los labios.
Tanto los padres de Ruth como los de Lucas habían llegado ya a la playa, al encuentro de sus otros hijos, y esperando noticias de los desaparecidos. La policía no había dado señales de vida durante todo el día y Víctor, desesperado, tiró el café al suelo de un golpe. Se encontraban en una plaza, sentados en un banco. Ya estaba anocheciendo y todavía no habían encontrado a Ruth y Lucas.
-Deberíamos buscar un lugar donde dormir. - Sugirió Miguel, el padre de Víctor y Ruth, ignorando el gesto que acaba de tener su hijo, a pesar de no haberle hecho demasiada gracia. - No podemos estar aquí toda la noche.
Nadie hablaba desde hacía mucho rato, pero ninguno parecía preocuparse demasiado por eso. Cada uno estaba inmerso en sus pensamientos. El silencio se mantuvo aún después de hablar Miguel. Antes de que alguien se decidiera a hablar, en el móvil de Víctor comenzó a sonar King of the Contradiction, de Sum 41. Casi antes de escucharlo, el chico agarró el teléfono y descolgó. Todos estaban atentos, intentando averiguar algo de la conversación que estaba manteniendo con la persona al otro lado de la línea. Cuando finalmente colgó, se percató de las miradas impacientes y desesperadas que lo observaban, esperando a que dijese algo.
-Han abandonado la expedición por hoy, porque ya ha anochecido.
La voz de Víctor se quebró antes de terminar la frase y, por primera vez en todo el día, las ganas de llorar pudieron con él, y dos lágrimas mojaron sus mejillas. No podía soportarlo más, necesitaba expulsar la impotencia, la rabia, la tristeza que sentía. No era capaz de imaginar su vida sin Ruth, sin su hermana. Su madre lo abrazó con fuerza, llorando ella también, empezando a pensar que no volvería a ver a su hija.
Lucas seguía tumbado, bajo aquel cielo tan limpio, sin una sola nube que le impidiera ver las estrellas. Ruth estaba sentada junto a él. Ambos observaban el cielo maravillados. Pocas veces tenían ocasión de ver estrellas en el cielo. Las luces de la ciudad eran una cortina que lo hacía imposible.
-Es asombroso...- Susurró Lucas con la voz llena de emoción.
Ruth lo miró y sonrió. Él ya le había dicho eso antes, muchas veces antes, cuando hablaban por MSN. A Lmusic siempre le había impresionado mucho la inmensidad del universo, y hablaba a menudo de todas las cosas inexplicables que ocurren más allá de nuestro planeta.
-Lo pequeñitos que somos, y lo inmensamente grande que es todo lo demás. - Dijo Ruth, terminando la frase que tantas veces había leído en su ordenador.
Lucas le dirigió una mirada, algo sorprendido por escuchar sus palabras en otros labios, en aquellos labios, y sonrió. Ella se dio cuenta y empezó a reir.
-Tengo un amigo que me lo dice a menudo. - Explicó. - También me dijo que no soporta... la luz contaminada de la ciudad...
-Pero que podía conformarse con la estrella más brillante de todas.
Ruth recordó aquella conversación con Lmusic. Cuando le había dicho eso, había añadido que era ella la estrella más brillante de todas. A ella tampoco le hacían falta todas esas estrellas para estar disfrutando de aquel momento. Por primera vez desde que sabía que Lucas era Lmusic, se sentía relajada a su lado. No conseguía recordar cuándo había sido la última vez que se sentía tan feliz. Tampoco estaba allí esa culpabilidad que la invadía a menudo últimamente. ¿Por qué iba a sentirse culpable? ¿Acaso estaba haciendo algo malo? Era consciente de que no tendría muchas más oportunidades de sentirse así junto a Lucas, pero no quiso pensar en ello. No quería que ese momento perdiera la belleza.
Corría una brisa que, aunque leve, fue suficiente para procurar un escalofrío a Ruth. El verano advertía que estaba ya en sus últimos días.
Se tumbó en la arena, quedando su cabeza pegada a la de Lucas.
-¡Mira! - Exclamó ella levantando el brazo y señalando algo en el cielo.
-¿Que mire qué? - Preguntó el chico un poco aturdido, ya que por mucho que buscaba, no encontraba lo que su amiga había señalado.
-Ya nada. - Dijo Ruth decepcionada, dejando caer de nuevo el brazo. - Era una estrella fugaz. Es la primera que veo esta noche.
-¿Has pedido algún deseo?
-Qué va, no me ha dado tiempo. - Se encogió de hombros. - De todas formas, no creo en esas cosas.
-¿Ah, no? Pues quizás deberías.
-¿Por qué? ¿A ti se te ha cumplido alguna vez un deseo que hayas pedido a una estrella fugaz?
-Nunca me ha dado tiempo a pedirlo.
El aire acarició de nuevo la piel de Ruth, que se encogió de frío. Sin preocuparse por lo que, posiblemente, aquello conllevaría, bajó la cabeza hasta el pecho de Lucas y se acurrucó allí, con cuidado de no hacerle daño al rozar algún arañazo. Después cerró los ojos y, al poco rato, sintió la mano de Lucas sobre su hombro, abrazándola.
-Espera a que me duerma, hombre. - Murmuró Ruth, sin abrir los ojos.
El chico soltó una risilla ante el comentario, y después retiró la mano, sin decir nada.
-Lucas, era una broma.
Y él, tras rodearla con el brazo de nuevo, también cerró los ojos, sin borrar la sonrisa de sus labios.
Esperando a la Luna
Hace 12 años
me reencantaaa!!!
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