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domingo, 21 de noviembre de 2010

Capítulo 2

“La realidad no es la misma para alguien que está enamorado y para quien no lo está”


-Bueno, pues al final todo ha salido bien – suspiró Víctor satisfecho, dejándose caer en la cama de su hermana.
-Claro que sí. No entiendo por qué estabais los dos tan nerviosos. Como si hubieseis hecho algo malo – rió Ruth encendiendo el ordenador.
-Cambiando de tema, te he llamado varias veces antes, porque llegabas tarde. Pero tenías el móvil apagado.
-Se me ha perdido.
Se encogió de hombros y golpeó después el ordenador, que estaba tardando más de la cuenta en encenderse.
-¿Que lo has perdido? ¿Pero dónde tienes la cabeza, hermanita? – Víctor parecía muy divertido con todo el asunto y se revolcaba en la cama partiéndose de la risa. La verdad es que cuando quería podía ser un verdadero incordio –. Bueno, tampoco es una gran pérdida. Total, era un móvil prehistórico.
-Déjame en paz, Víctor. Y vete a tu cuarto, anda – Ruth se había ofendido, porque le tenía mucho apego a ese viejo aparato. Y siempre había funcionado perfectamente.
-Vale, vale. No te pongas así, peque. Ya me voy.
Y cerrando la puerta tras él, se marchó a su habitación, aún con una sonrisa en la cara. Se agachó para buscar bajo su cama, hasta que finalmente lo encontró y se detuvo a contemplarlo unos instantes, ilusionado. El cumpleaños de Ruth no era hasta dentro de dos semanas, pero no le vendría mal su regalo por adelantado. Así que se dirigió de nuevo hacia el dormitorio de enfrente, ahora con el paquete envuelto en papel morado entre las manos.
Aporreó la puerta con ese ritmillo de siete golpes con el que siempre pedía permiso para entrar. Ruth suspiró y, sin poder evitar una sonrisa, permitió la entrada a su hermano mayor, quien pegando saltitos se dirigió hacia ella.
-Toma, enana, tu regalo de cumpleaños – le dijo canturreando y ofreciéndole el paquete –. Te lo compré el otro día, pero creo que no hace falta que esperes dos semanas.
La chica se temió lo peor. Podía imaginarse que bajo el envoltorio morado se escondía la caja de un móvil. Y conociendo a su hermano no sería un aparato cualquiera. Miró a Víctor y después comenzó a rasgar el papel de regalo. Suspiró.
-Víctor, sabes que no me gusta que te gastes tanto dinero en mi cumpleaños. Y esto es una pasada. Devuélvelo.
-¿Pero qué dices? Tía, que tienes ante ti un Sony Ericsson Aino. Mira, mira – rápidamente arrancó la caja de las manos de Ruth y sacó de ella el móvil –. Tiene pantalla táctil – empujó hacia arriba la enorme pantalla del teléfono, dejando ver un teclado que había escondido debajo –. Y también teclado.
-Pero Víctor, ese cacharro cuesta un pastón – se quejó Ruth esforzándose por no caer en las redes de aquel Sony Ericsson último modelo.
En ese momento el sonido del MSN insistió repetidas veces desde el ordenador, captando la atención de ambos. Alguien le había hablado.
-¿Con quién hablas, peque?
Se asomó por el hombro de su hermana para descubrirlo él mismo. Entonces vio una pestaña de color naranja, parpadeando. Leyó el nick del hablante
-¿Lmusic? ¿Y ese quién es?
-Un amigo.
Ruth se mordió el labio inferior y empezó a encogerse en la silla. ¡Por fin iba a hablar con él! Lo había echado de menos durante todo el día. Y de una vez por todas, después de tanto tiempo, iba a pedirle una cita cara a cara.
-Bueno, me voy ya. No hagas tonterías con la web-cam – exclamó su hermano en una carcajada mientras salía por la puerta.
-Descuida...
Empujó la silla hacia la mesa y clicó sobre la pestañita naranja para comenzar una interesante conversación con su amigo internauta.

Lmusic: Hola, princesa. ¿Qué tal ha ido el día? ¿Recibiste mi mensaje?
Leyó un par de veces aquel comienzo y se dispuso a escribir.

Ruth: ¡Sí! Pero he sufrido un percance justo después… ¡Mi móvil está en búsqueda y captura! Por eso no te he respondido.

Lmusic: Qué desastre eres. Cualquier día pierdes la cabeza.

Ruth: Demasiado tarde para advertirlo… Por cierto, quería comentarte una cosa...

Lmusic: Soy todo oídos.

Ruth pensó unos minutos, inmóvil frente al ordenador, preguntándose tantas cosas… Le daba un poco de vergüenza pedirle una cita. Pero, por otro lado, después de tanto tiempo… Finalmente se decidió, tras haber recibido un par de zumbidos.

Ruth: He pensado que no sé nada de ti. No sé cómo te llamas, y tampoco te he visto nunca. Por eso, me ha parecido una buena idea que un día de estos nos veamos. En persona.
Leyó tres veces lo que había escrito y borró la última frase, para sustituirla por otra: “Por eso, me ha parecido una buena idea que nos veamos mañana. En persona”.
Esta vez sin pensarlo, le dio a enviar. No tardó mucho en recibir la respuesta de su amigo. Una respuesta que en realidad no esperaba.

Lmusic: De acuerdo. Creo que va siendo hora de tener un encuentro cara a cara.

Ruth: ¿En serio?

Lmusic: Sí. ¿Vas mañana al pub Los Ángeles? Me has contado que sueles ir por allí los viernes. Creo que sería un buen lugar.

Ruth: Ok. Pues entonces, sobre las doce allí mañana. Pero… ¿cómo nos reconoceremos?

Lmusic: Tranquila, sabrás que soy yo. Bueno, me voy a dar una vuelta. Si estás conectada cuando vuelva, hablaremos entonces. Te quiero.

Se despidió de él sin poderse creer aún la conversación que acababan de tener, ni la cantidad de cosas que podrían ocurrir en poco más de veinticuatro horas.
En ese momento se abrió otra pestaña del MSN y comenzó a parpadear. Era Natalia.

Natalia: Hola, guapa. Voy a cambiarme a letras.

Ruth: Lo siento… aunque en realidad es lo mejor para ti. Además yo puedo ayudarte con Lucas si quieres. Será más fácil ahora que estamos en la misma clase. ¿Quieres que haga de Celestina?

Natalia: Ni se te ocurra, Ruth. Tú no. Prométeme que no lo harás, por favor.

Aquella respuesta extrañó mucho a la chica, incluso se sintió un poco dolida.

Ruth: ¿Pero por qué? ¿Qué pierdes por intentarlo?

Natalia: Porque terminará enamorándose de ti, Ruth. No lo hagas, POR FAVOR.

Ruth: ¿Enamorarse de mí? ¿Pero qué tonterías dices? Eso no va a pasar, Nat, ¡es imposible! Pero si no quieres mi ayuda no voy a insistir más...

Natalia: Gracias… Bueno, me voy a meter un rato en la piscina. ¿Te vienes?

Ruth: Puf… No, aunque creo que saldré a dar una vuelta. ¿Hablamos mañana? ¡Te quiero!

-¡Sara! – gritó Lucas desde la entrada. Pocos segundos después Sara acudió, con la lengua colgando graciosamente, y agitando la cola con frenesí. ¡Le encantaba pasear de noche!
Ya se encontraban cerca del parque. Lucas intentaba seguir el ritmo de la perrita, que parecía más inquieta que nunca y tiraba de la correa con ímpetu.
La desató para que paseara libremente una vez llegaron al parque, y se sentó en el césped a contemplar aquel hermoso animal corretear e investigar cada rincón del lugar, a pesar de conocerlo ya a la perfección.
De pronto escuchó un grito, seguido de unas palabras que no logró entender. Era una voz femenina y musical y para su sorpresa absolutamente conocida. Desvió la mirada al lugar de donde procedía aquella voz. Vio a Ruth tirada en el suelo y a Sara encima de ella, moviendo la cola y lamiendo la cara de la chica. A Lucas se le escapó una sonrisa, bajo la luz anaranjada de la farola, y después silbó con fuerza para liberar a su amiga del travieso Golden Retriever, que acudió de inmediato a la llamada de su amo.
Ruth se levantó desconcertada. Se había asustado un poco cuando aquel enorme perro se le abalanzó encima, pero pronto se dio cuenta de que era Sara. Aunque más bien reconoció a su dueño, que había silbado desde pocos metros más allá, sentado en el césped bajo una farola... Aquella luz anaranjada hacía aún más bonita su sonrisa, la sonrisa maravillosa de Lucas.
-¿Estás bien?
Se levantó para recibir a su amiga.
-Sí… - respondió Ruth algo desconcertada y sacudiéndose la arena de la ropa –. Pero me ha dado un buen susto – soltó una carcajada –. ¿Qué hacéis por aquí?
Se dieron dos besos cuando estuvieron lo suficientemente cerca y después Lucas se encogió de hombros, con una media sonrisa en la cara.
-Me apetecía venir aquí... a tumbarme en el césped. ¿Te apuntas?
Ruth lo pensó durante un momento para finalmente acceder, así que se sentaron donde antes había estado Lucas. Esta vez Sara los acompañó. Se tumbó junto a Ruth apoyando la cabeza sobre sus piernas. Ella acarició al animal, sonriendo.
-Así que Natalia al final se ha decidido por ciencias – comentó Lucas, girando levemente el cuello para mirar a Ruth.
Ella se puso un poco nerviosa, porque no podía contarle los motivos reales que habían empujado a Nat a matricularse en el bachillerato científico. ¡Él era el motivo!
-Ha sido un error. Pero todavía está a tiempo de matricularse en letras.
No soportaba mentir, así que quedó bastante satisfecha con su respuesta. En teoría era verdad: había sido un error, un gran error.
-¿Un error? – sus cejas se curvaron –. ¿Se equivocó al rellenar la matrícula? – soltó una carcajada –. Pues fíjate que me parecía imposible.
Ruth se limitó a reír también, dejando el tema zanjado.
-¿Te importa que ponga música? - preguntó Lucas sacando el móvil del bolsillo de su pantalón.
-No, claro. ¿Qué escuchas? – Lucas no contestó, pero una canción conocida lo hizo por él: with me, de Sum41 –. ¿Te gusta Sum41?
A pesar de que llevaba prácticamente toda su vida conociéndolo, hacía muchos años que perdieron el contacto casi por completo. Poco antes del comienzo del verano volvieron a salir todos juntos... la relación de Víctor y Lorena fue quien los unió de nuevo. Aunque como Lucas se había pasado por ahí las vacaciones, no había tenido la oportunidad de conocerlo. La verdad es que había cambiado bastante en los últimos años.
Él sonrió mirando al césped y después desvió la mirada hacia su amiga. Cerró los ojos y echó hacia atrás la cabeza, encogiéndose de hombros.
-Son los mejores – dijo sin borrar la sonrisa de sus labios –. Y esta canción…
Volvió a abrir los ojos y Ruth pudo percibir una nota de esperanza en ellos. Era como si llevaran palabras escritas, como si le hablasen. Supo entonces que aquella canción le recordaba a alguien. No a alguien, sino a la persona a la que amaba. También supo que su amiga no tenía absolutamente nada que hacer con ese chico.
-Es mi canción favorita – señaló Ruth, sabiendo que él no terminaría la frase que había empezado.
Lucas volvió a sonreír de la misma forma que antes, casi con ironía, y acercó unos centímetros más su rostro al de ella, que sintió cómo los latidos de su corazón se habían convertido en un tiroteo, sin poder evitarlo. No estaban tan cerca, pero aquella sonrisa podía conseguir convertir en gelatina a la piedra más dura.
-Lo sé – susurró.
-Ah, ¿sí?
Rió con la voz nerviosa y lo empujó con suavidad para alejarlo un poco, presionando en su pecho. Le incomodaba tener su sonrisa a menos de treinta centímetros de la cabeza.
-¿Y cómo lo sabes?
-Porque la tienes como tono de llamada.
-¡No la tengo como tono de llamada!
Él apretó los labios mientras asentía con la cabeza. Después alzó las cejas y, encogiéndose de hombros, dijo:
-Lo sé.
No entendía nada... Durante unos segundos sus miradas permanecieron una frente a otra, como en una lucha en la que era imposible saber quién caería primero, quién sería el que antes agacharía la cabeza. Sus risas, sorprendentemente sincronizadas, rompieron el breve silencio.

Ruth se despertó sobresaltada cuando Víctor la sacudió de manera un poco brusca, sabiendo lo difícil que resultaba sacar a su hermana de un sueño profundo.
-¡Joder, Víctor! ¡Mira que eres burro! Cualquier día me quedo en el sitio – se quejó ella sujetándose el pecho como si se le fuera a salir el corazón.
-He intentado despertarte de mil maneras, pero eres dura de pelar. Agradece que no te haya tirado encima un cubo de agua – la sonrisa de Víctor, siempre presente en su rostro, calmó de inmediato a Ruth, que curvó los labios respondiendo con otra sonrisa –. Lorena te está esperando abajo, ¡date prisa y os acercamos al instituto en coche!
-¿Os acercamos? – preguntó ella mientras salía de la cama, algo desconcertada. La cabeza le dio mil vueltas al ponerse en pie –. Dios mío, es como si hubiera estado dos días bebiendo vodka sin parar.
-Javi y su maravilloso Ford. Es como nuestro chófer privado – una carcajada acompañó las dos últimas palabras –. ¿Vodka? ¿A eso te dedicas los fines de semana?
-Tener un hermano como tú lo requiere – le sonrió cariñosamente mientras lo empujaba fuera del dormitorio –. Esperadme abajo, tardo cinco minutos.
Aunque fueron más de cinco, pocos minutos después Ruth se encontraba abajo junto a la pareja, a quienes sorprendió en mitad de un fogoso beso.
-¡Puaj... amor! – bromeó haciendo que se percataran de su presencia.
-¡Eh, Ruth!
Giró la cabeza en busca de aquella voz tan familiar y vio a Javi asomado por la ventanilla de su coche, llamándola con la mano. Ella acudió caminando despacio, y sonriendo de oreja a oreja –. Hemos quedado mañana para ir a mi casa, ¿vas a venir? – sin dejar tiempo a que respondiera, sacudiendo la cabeza de un lado a otro, corrigió aquella interrogación –. ¡Vas a venir!
-¡Claro que sí! – exclamó Ruth –. ¿Quién más va?
-Yo – era la voz de Lucas, que estaba sentado en el asiento de atrás –. Y mi hermana creo que también se apunta.
-¿Pero qué hacen estos? – Javi sacó medio cuerpo por la ventanilla –. ¡Que nos vamos! ¡Ahí os quedáis!

Cuando Ruth salió del coche pudo ver a Natalia apoyada junto a la puerta del instituto, con los brazos cruzados y la mirada perdida. Parecía totalmente ausente. Desvió la vista hacia sus amigos cuando los escuchó desde lejos, pero no le llevó mucho tiempo volver a mirar hacia el suelo. Ruth se adelantó, dejando a los demás a sus espaldas, para averiguar qué le ocurría a su amiga, aunque probablemente ya conocía de sobra el motivo.
-¡Hola, Nat! – saludó una vez estuvo junto a ella –. ¿Y esa cara? ¿Llevas mucho rato esperando?
-Es que he venido más temprano para matricularme en letras antes de que esto se llenara de gente, que sino te pasas la mañana aquí hasta que te atiendan... – su voz no reflejaba la expresión de su cara, mucho más apagada.
-¿Y has llegado a tiempo?
-A secretaría sí – sonrió irónicamente antes de seguir hablando –. Al bachiller de letras, no.
-¿Cómo? – exclamó Ruth sorprendida –. ¿Ya no hay plazas?
Natalia no respondió. Alzó la cabeza para mirar a Lucas que, junto con los demás, ya les había alcanzado.
-Bueno, ¿qué? ¿Vamos a ver ya las listas o pensáis quedaros aquí todo el día? – preguntó Javi.
-No sé por qué tienes tanta prisa, si ya las viste ayer en Internet - intervino Lorena –. Por suerte este año no te tengo en clase – soltó una risilla y después le sacó la lengua, haciéndole ver que solo bromeaba.
Así que Javi estaba en la clase de Ruth y Lucas, puesto que él también había decidido matricularse en ciencias. Realmente la idea de compartir clase con aquellos dos chicos no le importaba en absoluto. Además, así Javi podría echarle un cable con los exámenes de física...
Nat se dio la vuelta para entrar en el instituto por segunda vez aquella mañana. Ruth observó su rostro. Estaba tan pálida, ojerosa... parecía cansada. No era solo el hecho de tener que enfrentarse a un bachiller de ciencias lo que le producía aquel malestar. Era como si estuviera enferma. ¿Estaba más delgada?


Después de ver las listas, algunos por segunda vez, entraron en un bar cercano para tomarse unas cervezas, aprovechando lo poco que quedaba de las vacaciones de verano. Siempre les había gustado mucho aquel barecillo, con una terraza amplia y decoración tradicional, aunque con un toque moderno. Cuando ya llevaban allí un buen rato (y dos rondas), Javi volvió a preguntar sobre el plan de ir a su casa el sábado. Parecía muy ilusionado.
-Yo no sé si voy a poder ir – comentó Natalia después de dar un buen sorbo a su vaso, lleno de Nestea –. No puedo gastar más dinero...
Aunque a Ruth aquello le parecía más una excusa barata que cualquier otra cosa – puesto que ella nunca había tenido problemas con el dinero – no dijo nada al respecto. Y no porque no le resultara extraño el comportamiento de su amiga.
-No importa – se apresuró a añadir Javi, ansioso por pasar ese día con sus amigos –. Te podemos pagar la comida entre todos. ¡Pero tienes que venir!
-Ni lo sueñes, no voy a endeudarme.
-No es endeudarte, no hace falta que devuelvas nada. Además, tampoco tendremos que pagar mucho más. ¡Venga, Nat! – esta vez fue Lucas quien habló.
El estómago de la chica se encogió como un pobre conejito atrapado en las zarpas afiladas de un gato feroz y hambriento. Se lo había pedido él, precisamente. ¿Cuándo, a lo largo de aquellos diez años, le había dado un no por respuesta? Nunca. ¿Quién podía negarle algo a Lucas? Ella no, desde luego... Pero esta vez iba a hacerlo, y estaba tan convencida, que incluso clavó su mirada en el rostro del chico, sentado justo en frente.
-Está bien – sus palabras le traicionaron irremediablemente –. Iré. Pero no me pagáis nada. Ya me las apañaré...
Todos mostraron alegría al escuchar aquella respuesta, pero ella tan solo vio la sonrisa de Lucas... La sonrisa más perfecta del mundo.

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