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domingo, 13 de noviembre de 2011

Capítulo 61

Te quiero”


La música hacía vibrar el suelo del gimnasio, y grupitos de gente se amontonaban ocupando el espacio. Bailaban, bebían, otros solo hablaban. Caras conocidas por todas partes, y manos que intentaban detenerla para charlar mientras recorría aquello por tercera vez, buscándolo...

...Pero no había rastro de Lucas.

Alguien la agarró del brazo y ella se dio la vuelta. Se disculparía por no poder pararse a hablar. Pero, al ver que era Natalia, se quedó paralizada en medio de la multitud. Le pareció que era más alta que de costumbre, y después cayó en la cuenta de que llevaba unos tacones altísimos, y ella no. Unos vaqueros muy ceñidos marcaban el contorno de sus piernas, tan delgadas que se preguntó cómo podían arrastrar aquellos zapatos. Llevaba un top palabra de honor, que se abría en gasas de colores claros, dejando ver ligeramente el contorno de su cintura bajo la ropa. El pelo le caía ondulado sobre los hombros y hasta debajo del pecho, una cascada de chocolate. Le llegó el olor de su perfume, el mismo que usaba desde hacía años, y se sintió embriagada por la nostalgia. Esos ojos que tanto había visto llorar ahora la miraban con un brillo completamente nuevo, envueltos por unas pestañas inmensas.

Allí estaba su amiga, la de siempre. Sin rencor en la mirada. Como si el tiempo hubiese retrocedido de pronto diez meses. Aunque había algo diferente en ella. ¿Qué era?

-¿Estás buscando a Lucas?

La pregunta le pilló por sorpresa. Asintió, agachando la mirada, sintiéndose culpable. Cuando volvió a mirar a Nat, vio que estaba sonriendo. Una sonrisa amable y cercana que había creído perdida para siempre. Continuó hablando, y su voz sonó dulce, a pesar de la estruendosa música.

-No está aquí. Acabo de llegar, y viniendo hacia el instituto lo he visto entrar en el Golden River. No tengo ni idea de qué hacía por allí, pero quizás tú lo sepas.

¿En el Golden River? Al escuchar eso Ruth lo comprendió todo... Sí, claro que lo sabía... sabía perfectamente lo que Lucas había ido a buscar allí: soledad, calma, libertad, un lugar en el que poder pensar sin interrupciones, sin nadie más... Un lugar que te invita a dejarlo todo atrás por un momento y dedicar todo tu ser a... sentir. ¿Por qué no se le habría ocurrido antes?

-¿Qué diablos haces ahí parada? – siguió diciendo Natalia, sin borrar la sonrisa de sus labios. Ruth la miró, confundida –. ¡Vamos! ¿A qué esperas? ¡Corre a por él! ¡Ah! Pero antes... toma.

Agarró la muñeca de Ruth y colocó el pañuelo negro sobre su mano, viendo cómo los ojos de la chica se humedecían de recuerdos. Sus dedos se pasearon por la prenda, que se deslizó entre ellos como si quisieran acariciar su piel. Abrió la boca para hablar, pero su voz se negaba a salir. Volvió a intentarlo, sin conseguir más que un susurro, apagado por el ruido que hacía retumbar los altavoces.

-Esto es...

Fue sorprendente cómo Natalia comprendió sus palabras, o quizás solo comprendió lo que su amiga sentía, y no hizo falta nada más para darle una respuesta.

-Sí... El pañuelo de Lmusic. Y por cierto, que sepas que fue un cobarde al taparte los ojos, ¿eh?

Ruth sonrió al mismo tiempo que una lágrima se deslizaba por su mejilla, pero después recuperó una expresión seria, mientras intentaba hallar en la chica un resquicio de dolor, de ese dolor que siempre había ido de la mano de su amor hacia Lucas. Pero no estaba.

-Nat, yo...

-No digas nada, Ruth. – Aunque intentó evitarlo, también ella se puso a llorar –. Soy yo la única que te debe una explicación. Bueno... – Rió –, puede que unas cuantas.

Se miraron un momento y después se abrazaron con fuerza, lanzándose la una a los brazos de la otra... como si todos los abrazos que no se habían dado quedaran guardados en uno solo, y un pañuelo hubiese traído de vuelta una amistad herida y guardada en un cajón bajo llave. Lloraron, y estrechándose aún, Natalia habló, con la voz ahogada en lágrimas y emoción:

-Te he echado de menos. Te he echado mucho de menos.

-Yo también... No sabes cuánto.

Se separaron y se enjugaron las lágrimas.

-Vaya dos tontas, ¿eh? – sollozó Ruth.

Natalia soltó una risilla torpe, y se sorbió la nariz antes de señalar la puerta con la cabeza, indicándole que se marchara.

-Anda, vete ya. No esperes demasiado.

Se sonrieron por última vez, y después cada una caminó en una dirección.

-¡Nat! – gritó, con la esperanza de que su amiga pudiera oírla. Tuvo suerte y volvió la cabeza hacia ella, haciendo que las ondas de su pelo brillaran, deslizándose desde el hombro a la espalda –. ¡Estás guapísima!

-¡Como siempre! – bromeó, guiñándole un ojo y soltando una carcajada –. ¡Tú estás increíble!

Y dicho esto, salió del gimnasio y corrió, sintiendo la ilusión de haber recuperado una parte muy valiosa de su vida... su mejor amiga, y deseando con todas sus fuerzas que Lucas aún estuviera en el Golden River.

Atravesó la calle del instituto, con el pañuelo retorciéndose en ondas negras a su lado. La parada de bus estaba cerca, así que no le llevó mucho tiempo llegar hasta ella. La línea trece la dejaba justo enfrente del hotel pero, por desgracia, justo al doblar la esquina, vio que el autobús ya había cerrado las puertas y comenzaba a avanzar por la carretera. ¡Sin ella!

“¡No, no, no!” pensó, desesperada.

Tenía dos opciones, y ninguna apetecible: correr detrás del autobús y hacer que el conductor detuviera el vehículo solo por ella, o esperar diez minutos a que llegara el siguiente. Diez minutos no era mucho tiempo, y salir corriendo para detener un autobús siempre le había dado una vergüenza enorme, pero algo dentro de ella la impulsó a mover las piernas con toda la rapidez que fue capaz, y a alzar la mano con la intención de que el conductor la viera.

Y lo logró.

El vehículo se paró y las puertas se abrieron. Muchos pasajeros le dedicaron miradas fulminantes, pero no le importó en absoluto. Ocupó un asiento libre, respirando con dificultad por la carrera, y contempló su reflejo en la ventanilla, descubriendo una sonrisa en sus labios.


Salió disparada de allí en cuanto llegaron a la parada frente al hotel, y cruzó la carretera a toda prisa. Le preocupaba que Bea, la recepcionista, no la dejara pasar.

Cuando entró, la chica la miró con cierta sorpresa, y respondió a la pregunta que formulaban impacientes los ojos de Ruth:

-Está arriba... – No pudo resistirse al gesto de súplica que le hacía la recién llegada al otro lado del mostrador. ¿Acaso se puede decir “no” al amor? –. De acuerdo... Sube, pero ten cuidado de que no te vea nadie, ¿eh? ¡Entre los dos me acabaréis metiendo en un lío!

-Gracias, Bea. ¡Gracias, de verdad!

Subió en el ascensor hasta el último piso, llegó hasta el final del pasillo, y suspiró aliviada al ver que la puerta del pequeño desván no estaba cerrada con llave. Mientras subía por la trampilla recordó la vez que Lucas la había llevado allí con él... y había compartido con ella su mayor secreto. Algo que no había compartido con nadie más...

Se detuvo al llegar arriba, contemplando la silueta oscura de Lucas, dándole la espalda. Desvió la vista al pañuelo que aún sostenían sus dedos y después caminó lentamente, intentando no hacer ruido, hacia el chico. Se agachó tras él y descubrió que sus ojos estaban cerrados y que escuchaba música con los auriculares.

El viento le agitaba el pelo y la ropa, y sus brazos descansaban sobre las rodillas. El MP4 sobre el suelo, a su lado. Echó un vistazo a la pantalla y sonrió al leer el título de la canción que estaba escuchando. Su canción.

Con ternura, le colocó una mano sobre la cara, tapándole los ojos. Lucas se sobresaltó e intentó darse la vuelta, pero ella hizo lo posible por mantenerlo en la misma posición. Él se desprendió de los auriculares de un tirón, con la respiración agitada.

-Tranquilo – susurró Ruth, acercándose a su oído, sin permitirle ver todavía –. Soy yo.

El chico se calmó al escuchar la voz de Ruth, y no luchó por liberarse.

Ella deslizó el pañuelo lentamente, hasta que ocupó el lugar de su mano, y lo anudó en la nuca. Al retirar la mano con que le había cubierto los ojos, extendió los dedos, y sintió cómo el aire enfriaba las lágrimas que humedecían la palma.

Tenía muchas cosas que decirle, que confesarle, que compartir con él. Pero antes que nada, debía explicarle lo que había sucedido.

-Yo no te envié ese mensaje. Fue Eva, que no sé cómo consiguió hacerse con mi móvil. Te estuve esperando en el parque, sin saber que no vendrías, hasta que apareció Ismael. Intenté llamarte, pensando que te habría pasado algo, pero tenías el móvil apagado. Después él me lo explicó todo...

Al ver que sonreía, se calmó un poco. Permaneció en silencio un rato, y él tampoco dijo nada, solo entrelazó sus dedos con los de ella y esperó a que continuara. Ella se decidió al fin, con la voz rota por mil sentimientos que le estremecían el corazón.

-No he estado bien esta noche, ¿sabes? Porque no soportaba la idea de perderte. Pensé... ¿Ya está? ¿Cómo puede algo tan grande desaparecer en un momento? Y después me puse a recordar, y supe que nunca encontraría a nadie como tú... Porque solo tú podrías inventarte un pseudónimo y conseguir hablar conmigo todos los días durante un año y medio sin que sospechara nada. Bueno, quizás en eso te ayudé un poco... porque hay que ponerme las cosas delante de las narices para que me entere. – Soltó una carcajada –. Pero, Lucas, solo tú podías ser quien se perdiera conmigo en mitad del mar, después de colgarse como un mono de un barco, para terminar en la única isla desierta que queda en todo el planeta... Me enseñaste que la lluvia es algo... mágico, con muchas cosas que contarnos, y que abrir los brazos bajo una tormenta es toda una experiencia. – Él intentó desatar el pañuelo, pero ella lo detuvo, cogiéndole la muñeca –. Espera, aún no he terminado. De ti he aprendido que la razón no puede comprenderlo todo... ¡no puede comprender ni una milésima parte del todo! Te quedaste conmigo un sábado por la noche porque tenía fiebre... ¡Gracias a ti he visto el mejor anime del mundo! Me soportaste una tarde tras otra estudiando francés, y compartiste conmigo el único lugar que tenías para evadirte del mundo y estar solo... ¡Además! Me regalaste por Navidad una mochila de panditas.

Lucas rió, y su risa revelaba que las palabras de Ruth habían conseguido conmoverle. Otro silencio. Los destellos de la calle llegaban hasta ellos, creando una frontera entre luz y oscuridad. La chica continuó, y ahora su voz sonó quebrada: había aprovechado el silencio para dejar escapar las lágrimas que llevaban luchando por salir todo el monólogo.

-No... no podía terminar así. Todavía tenemos que ir juntos a un concierto de Sum41, ¿recuerdas? Y tienes que enseñarme a tocar la guitarra...

Lucas se retiró la venda, y poniéndose en pie la miró a los ojos. Se inclinó para besar una lágrima que brillaba en el pómulo, apoyando la frente en la de ella mientras le cogía la mano.

-Te quiero, Ruth.

El pulso se le disparó.

-Yo también. Te quiero. ¡Salté de una ventana por ti! Si eso no lo demuestra...

Él sonrió y le hundió una mano en el pelo, que volaba como seda dorada, dejándose llevar por el viento.

Bajo la luz de la luna se unieron sus labios, igual que dos piezas de un puzzle por fin completo. Se fundieron en un beso tierno e interminable, envueltos por el sonido lejano de los fuegos artificiales. A sus pies cayó el pañuelo, cubriendo el suelo, donde, escondidas en los auriculares, las cuerdas de una guitarra daban vida a esa canción, motivo de cada uno de sus sueños... With me.



PARA TODOS VOSOTROS... GRACIAS :)

Hace poco más de dos años mi vida me llevó a una situación difícil. Hace poco más de dos años, me enamoré del chico al que siempre había querido mi mejor amiga. Tuve que enfrentarme al dolor de la elección, decidiendo quedarme al lado de ella, mientras luchaba conmigo misma para no contestar a los mensajes que él me enviaba, para no dejarme llevar por sus palabras que tanto prometían.

Con tanta impotencia en mi interior, tanta confusión, tantos sentimientos que necesitaba sacar fuera de mí, me senté un día frente al ordenador y comencé a escribir una historia que hablara de la mía propia, que me sirviera como un apoyo en el que poder dejar caer cada uno de mis pensamientos, todas esas sensaciones que estaba experimentando: el valor a renunciar, la dificultad de elegir, la duda que se presenta cuando debes tomar una decisión.

Escribí el primer capítulo de With me a finales del verano de 2009, y abandoné la historia hasta un año más tarde. Durante ese tiempo, los personajes fueron tomando vida en mi cabeza, la historia fue construyéndose poco a poco sin ser escrita, con cada canción que escuchaba, con cada experiencia que vivía...

La retomé hace un año, más o menos, deseosa de plasmar todas esas ideas que tanto tiempo me habían rondado la cabeza. No podía parar de escribir...

Comencé a publicar la historia en el blog, decidida a compartirla con más personas... y me encontré con algo que en absoluto esperaba, y que ha significado todo para mí...

Me refiero a vosotros.

Jamás podría agradeceros todo lo que me habéis dado... todo el apoyo. Cada comentario ha sido un escalón para continuar, y debo deciros... GRACIAS. Gracias por todo... Estaré aquí para cada uno de vosotros, siempre.

Sara... ¿Qué puedo decirte? Si tú fuiste la primera en conocer With me, la primera en ofrecerme su mano, y has estado ahí hasta entonces. Me ha encantado conocerte. Eres una persona maravillosa y con mucho talento. Sabes que me encanta tu historia. Mil gracias :)

@Umm_myers... No se me olvida la entrevista que se perdió. Pero, a pesar de eso, fue un momento inolvidable, como nunca podré olvidar las entradas que me has dedicado en tu blog, o tus palabras animándome SIEMPRE. Muchas gracias... Aquí me tienes para lo que necesites ;)

Irene... he guardado tus mensajes en una carpeta de gmail exclusivamente para ti. Porque quiero conservarlos para siempre. Gracias por tus palabras, han significado tanto para mí que nunca podría terminar de agradecértelo. Sigue escribiendo, llegarás lejos.

“Porque tu feliz”... me encantaría saber tu nombre. También tú has estado conmigo desde el principio, has comentado cada capítulo, me has animado a seguir adelante. Quiero decirte que eres genial... ¡Gracias, preciosa!

Lucía... Buah, nunca podría explicar lo que sentía con cada comentario que me escribías en Tuenti. Eran tan motivadores que me tenían sonriendo durante un buen rato. Gracias a ti también ;)

Bren Chao... No sé si leerás esto, ya que tú sigues la historia desde Tuenti, pero aún así diré que tus comentarios han significado mucho para mí... Gracias por ofrecerme eso con cada capítulo. Eres increíble ^^

Andrea... :) Conociste With me por Twitter y desde entonces has seguido a mi lado... hasta ahora. Gracias a ti también, guapísima!

Angélica, Cynthia, Mimy, Marina, Alba, Hanna, Manuela, Verónica, Bea, Purpleshine12, Sarai, Liia, Bárbara, Nessy, Daniela, Esperanza, Alexandra, Patri, Renata, Elisea... Y todos aquellos que no he nombrado... GRACIAS...

Nunca os olvidaré...

A veces la vida se complica, nos enfrenta a situaciones que preferiríamos no vivir... pero os diré algo... NUNCA DEJÉIS DE SONREÍR.

sábado, 5 de noviembre de 2011

Capítulo 60

No siempre estamos dispuestos a olvidar un sentimiento, por doloroso que sea”


¿Dónde estaba esa pulsera? Su pulsera de plata, la que llevaba tanto tiempo sin ponerse. No recordaba dónde la había dejado, y se estaba volviendo loca buscándola.

-¿Natalia? – la llamó su madre desde el pasillo. La estaban esperando para marcharse. Iban a ir al teatro y, ya de paso, a dejarla en el instituto.

-Ya voy, mamá.

Tiró de una cajita colocada en la estantería, derramando un montón de papeles que había debajo sobre la cama. Chasqueó la lengua y empezó a recoger el desastre, lo más rápido que pudo. Se detuvo de golpe al ver un sobre arrugado y amarillento entre el montón, un sobre que reconoció al instante, y que llenó su cabeza de recuerdos. Dejó lo que estaba haciendo y lo abrió, sintiendo una enorme nostalgia. Dentro había un folio doblado dos veces por la mitad. Lo desplegó y vio la caligrafía un poco desordenada que tenía Ruth el primer año de instituto.

¡Hola!

Estaba aburrida en clase de Lengua, y he pensado que escribirte una carta es una buena manera de entretenerme. ¡Además, tengo buenas noticias para ti! Ayer mi hermano me contó que él y sus amigos (eso incluye a L)... ¡van a venir esta tarde a mi casa! Así que ya tenemos plan. Te vienes a eso de las cinco y esperamos a que lleguen. Pero, ¡eso sí! Ni se te ocurra hacer lo de la otra vez, ¿eh? ¡Que te lo puse en bandeja y no le dijiste ni hola! Ya te vale. Esta vez tienes que ser valiente, acercarte con una sonrisa y hablar con él. ¡Ya me lo imagino! Aunque cuando salgáis juntos tendré que aguantar a mi hermano también los sábados por la noche... Y no podré beber nada que lleve alcohol ni hacer cualquier cosa que él no considere adecuado para una chica de mi edad. ¡Por favor, que tengo casi trece años, no puede decirme lo que tengo que hacer! Pero tranquila, lo soportaré por ti. ¡Así que no tienes escapatoria! Esta tarde le hablarás sí o sí. Ya me lo agradecerás el día de la boda, ji, ji, ji. ¡Por cierto! Si quieres puedo prestarte la camiseta que me pediste el otro día. ¡Estarás guapísima y no podrá dejar de mirarte! ¡Ups! Te dejo, que viene hacia aquí la profesora. Besitos. ¡Te quiero!


Una lágrima se hundió sobre el papel, dejando su marca encima de la tinta, que se emborronó convirtiendo los besitos que Ruth le enviaba en la carta en una mancha oscura. Volvió a doblarla para evitar que se estropeara aún más, y la guardó de nuevo en el sobre. Soltó una risilla mientras se enjugaba las lágrimas, pensando que, por aquel entonces, su amiga leía demasiado la revista Super Pop. Se mordió el labio al acordarse de que L era como llamaban a Lucas en las cartas, por si alguien se hacía con ellas, que no supiera de quién se trataba. Ahora le parecía absurdo, puesto que cualquier tonto se habría dado cuenta de ello.

-¡Natalia!

-¡Voy!

Respiró hondo, intentando calmar el llanto, y después se dirigió al armario, haciendo sonar cada paso con los tacones. Contempló el interior un momento y luego sonrió, contemplando aquel pañuelo negro que ya no tenía lugar allí. Ruth se lo había dejado en su habitación el día que Natalia se desmayó en Los Ángeles. El día que se encontró por primera vez a su amor cibernauta... a Lmusic.

Agarró el pañuelo y lo guardó en el bolso después de respirar su aroma. Olía a Lucas... Volvió a sonreír y, echando un último vistazo a su dormitorio, se marchó.

De camino al instituto, recordó lo que pasó la tarde después de que Ruth le diera esa carta, mientras contemplaba las luces de la ciudad a través de la ventanilla del coche. Ese día Lucas no se presentó, a pesar de todos los esfuerzos de su amiga por vestirla y maquillarla para la ocasión. Él no fue. Pero Ruth estuvo con ella hasta que su madre la llamó enfadada para que volviera a casa. Estuvo con ella, escuchándola, abrazándola. Permaneció a su lado a pesar de que Natalia ni siquiera se daba cuenta de ello, puesto que no era capaz de ver nada más allá de Lucas. Su vida giraba en torno a él.

La luz de una farola entró por la ventanilla, iluminándole la cara un segundo. Entonces lo vio claro. Lucas nunca había sido algo real en su vida, solo un chico guapo que había idealizado en su cabeza, y que claramente no estaba hecho para estar con ella. Ni ella estaba hecha para estar con él.

Unas palabras que Lucas le había dicho meses atrás, a la hora del recreo, después de pedirle que volviera con ellos, regresaron a su mente abriéndole los ojos.

Te aferras a la idea de que no puedes, pero a mí me parece que eres tú la que no quiere.

En aquel momento no comprendió el significado que esta frase guardaba. Pero ahora tenía sentido. Ahora entendía lo que Lucas había querido decirle: Ella ya no estaba enamorada de él, solo se había empeñado en conservar ese sentimiento en su corazón, porque había vivido tanto tiempo dentro de ella que le daba miedo lo que pudiera ocurrir al desaparecer. Pero hacía tiempo que había desaparecido. Hacía tiempo que había dejado de amarle.

Pasaron por delante del Golden River, y mientras esperaban a que el semáforo se pusiera en verde, lo vio. Vio a Lucas entrando por la puerta del enorme hotel. Se preguntó qué estaría haciendo allí. ¿Por qué no estaba en la fiesta? Antes de poder preguntarse nada más, el coche siguió su camino. Y ella con él. Ángel la estaba esperando.


El aire soplaba con fuerza, pero no hacía frío. Sin embargo, sentía que algo dentro de él se estaba congelando sin poder remediarlo.

La música no siempre ofrece la solución... pero, ¡oye! Te hace sentir un poco mejor, ¿no crees? Y siempre he dicho que una canción es la compañía perfecta para unos ojos llorosos, una nariz llena de mocos y un corazón roto. Es fácil exprimir los sentimientos hasta la última gota con unos cascos machacando tus oídos.

Hacía mucho tiempo, cuando Lmusic todavía existía, Ruth le había enviado esas palabras por MSN, y ahora las recordaba como algo tan lejano que casi le parecía un sueño. Aunque sabía que no lo había sido... O quizás sí. Un sueño que vivió durante dos años. Al final acabas despertándote, y probablemente maldiciendo el momento en el que tus ojos toman vida propia y deciden, sin pedir tu opinión, abrirse.

Esta vez el despertar había sido el más doloroso.

Necesitaba pensar, a solas consigo mismo, y por eso había acudido a su lugar secreto, por eso ahora contemplaba la ciudad desde la parte más alta del Golden River. Pero ahora era diferente, porque aquello que siempre había sido para él la vía de escape, la única forma de evadirse del mundo y olvidarse de todo, ya no funcionaba. Solo conseguía acordarse más de Ruth, y de cuando compartió con ella ese sitio tan especial para él.

Buscó el MP4 en el bolsillo del pantalón. Es fácil exprimir los sentimientos hasta la última gota con unos cascos machacando tus oídos. Activó el modo aleatorio y dejó que el reproductor decidiera por él. Confió en que elegiría la canción correcta, pero hasta su MP4 se había empeñado en fastidiarlo, metiendo el dedo en la llaga.

Las notas de With me pintaron el ambiente de otro color, y ocultaron la voz del viento. Aquellos acordes que tantas veces le habían hecho sonreír ahora sacaban punta a la tristeza. Pero sabía que esa canción era lo que necesitaba, así que buscó en el MP4 el modo repetición y, cerrando los ojos, liberó sus sentimientos, dispuesto a escuchar el principio y el final de With me una y otra vez.


-Ruth. – La voz de Ismael la sacó de sus pensamientos, y se esforzó por sonreír.

-Hola, Ismael.

-Tengo que decirte algo, aunque posiblemente me odies por no haberlo hecho antes. Antes que nada... Lo siento, he sido demasiado egoísta.

Lo miró a los ojos y descubrió el miedo en ellos. Después se echó hacia un lado, dejándole un hueco en el escalón sobre el que se elevaba la puerta del taller de Tecnología. Él se sentó, y tuvo que luchar contra la enorme tentación de clavar la mirada en el suelo. Se perdió en los ojos de Ruth, aquellos ojos verdes que, para qué negarlo, le volvían completamente loco. Resopló.

-Tú dirás...

-Lucas no te ha dejado plantada.

Lo soltó de golpe y hablando muy rápido, temiendo que si esperaba un solo segundo más, habría perdido el valor de decirlo. Ella no respondió con palabras, pero hizo un gesto de confusión.

-Eva... Eva le envió un sms desde tu móvil, esta tarde, diciéndole que no vendrías a la fiesta con él, sino conmigo.

Ruth se levantó bruscamente.

-¡¿Qué?! – Antes de que Ismael pudiera explicar nada más, siguió, muy enfadada –: ¿Tú lo sabías?

-No, Ruth. Ella me llamó para contármelo cuando ya lo había hecho. Y fui al Golden River con la intención de explicártelo todo, pero...

-¿Pero qué, Ismael? ¿Por qué no me lo has dicho hasta ahora?

Él se puso en pie, frente a ella.

-Porque me he enamorado de ti.

Una moto atravesó la calle, fuera del instituto, provocando un ruido casi insoportable. Cuando se alejó, el silencio entre ellos parecía mucho más intenso. Ella agachó la cabeza, incapaz de sostenerle la mirada.

-Lo siento – se disculpó Ismael. Esperó unos segundos a que llegara la respuesta, pero finalmente se rindió y se dio la vuelta para marcharse.

-Ismael – dijo ella. Desde lejos, el chico se detuvo y miró hacia atrás, encontrándose con su sonrisa –. Gracias.

lunes, 24 de octubre de 2011

Capítulo 59

El amor ocupa el primer puesto en la lista de cosas inalcanzables para la razón”


-¿Me das otra cerveza sin alcohol? – Javi se encargó de demostrar el poco entusiasmo que le producían aquellas dos últimas palabras. Era la tercera cerveza.

Alguien le dio unos golpecitos con el dedo en la espalda, así que se dio la vuelta para averiguar quién era. Una chica le sonreía ligeramente, con el pelo negro retorcido en un recogido perfecto. Llevaba un vestido blanco atado al cuello, estampado de azul turquesa y marrón. Bajó la mirada, sin mucha discreción, hacia las piernas desnudas y blancas, terminadas en unas bonitas sandalias marrones, de tacón. Boquiabierto, se obligó a contener un suspiro. Alzó la vista de nuevo y descubrió unos ojos azules inmensos, no muy maquillados, que lo contemplaban con cierto aturdimiento. Le llevó unos segundos darse cuenta de que era Rebeca.

-Hola – dijo ella, alzando una ceja. Quizás su aspecto no fuera el de siempre, pero aquel gesto era muy propio de Rebeca.

Javi se había quedado mudo.

-Vaya... – Fue lo único que pudo decir, embriagado por la sorpresa, mientras soltaba la cerveza en la barra –. ¿Qué has hecho con Rebeca?

Se encogió de hombros, quitando importancia a ese cambio tan radical.

-Me apetecía algo diferente, ¿sabes? Aunque no sé si me siento muy cómoda. Estos zapatos son muy dolorosos. ¿Qué te parece?

-Estás... – Javi se dio el gusto de mirarla de nuevo de arriba a abajo, buscando la palabra adecuada –: Impresionante.

-Pues guarda bien esta imagen en tu cabeza, porque no volverás a verme así en la vida. ¿Me pides una cerveza?

-Claro.

-¿Javi? ¡JAVI! – Una voz femenina y aguda le hizo mirar a su izquierda, y le faltó muy poco para caerse cuando vio a la chica rubia, con un pelo tan largo que parecía no terminar nunca, corriendo hacia él con los ojos vidriosos y los brazos abiertos.

“Dios mío” pensó, sintiendo que el mundo se tambaleaba. ¿O era él? “Dios mío”.

Todavía no había reaccionado cuando la misteriosa chica se le colgó del cuello, mientras gritaba de alegría.

“DIOS MÍO”.

-¿A-Angie? ¿Angie? ¿Eres tú?

La miró perplejo. Claro que era ella. Era Angie, la inglesita que lo había abandonado unos años atrás para regresar a su ciudad. Estaba más alta, y su cuerpo tenía las formas de una mujer. Ya no era la niña de la que se había enamorado.

-¡Sí! ¡Soy yo! Estás genial, Javi. ¡Has cambiado mucho! Qué alto estás.

-¿Y cómo es que estás aquí?

-He convencido a mi padre para que pasemos aquí el verano. ¡Tenía tantas ganas de verte! ¿Cómo te va?

La chica a la que había esperado durante años ahora estaba allí, delante de él. Pero cuando vio que Rebeca se había ido, y que por mucho que mirara a su alrededor no podía encontrarla, supo que no podía quedarse a hablar.

-Angie, ¿hablamos luego? Tengo algo importante que hacer.

Ella asintió, claramente desilusionada y dolida, y dejó que Javi se marchara a toda velocidad, abandonándola con el corazón paralizado.

Salió del gimnasio, mirando hacia todos lados, y encontró a Rebeca sentada frente a la pista de fútbol, con la espalda rozando la pared y la cabeza hundida en las rodillas, a las que se abrazaba como si le fuera la vida en ello. Se sentó a su lado sin decir nada, y esperó a que se diera cuenta de que estaba allí. Al fin descubrió el rostro, y Javi se quedó congelado.

Ver a Rebeca llorando era una de las cosas que había catalogado como “las que podrían ocurrir solo cuando todo lo imposible del mundo y del universo hubiera sucedido”. Así que no estaba preparado para afrontar algo así.

-¿Estás llorando?

-¿Me preguntas si estoy llorando? ¿Eres idiota?

De acuerdo. Era evidente que estaba llorando, pero no se le había ocurrido nada mejor de decir. Intentó arreglarlo.

-Lo siento. ¿Y qué te pasa?

-¿La verdad? No lo sé...

-Mmm... Creo que es por el vestido. Te ha vuelto blanda. Pero no te preocupes, cuando te pongas de nuevo tu ropa te transformarás. Y volverás a ser esa Rebeca que da tanto miedo.

Se sentía tan impotente que lo único que pudo hacer fue decir esa sarta de tonterías. Tuvo suerte, porque su amiga soltó una risilla mientras se secaba las lágrimas con el dorso de la mano, y después suspiró, como quien se acaba de quitar un enorme peso de encima.

-Pero tranquila, no se lo diré a nadie. Tu secreto está a salvo conmigo.

-Javi, estoy llorando, no enterrando un cadáver.

Él se echó a reír. Al parecer, incluso Rebeca tenía sus momentos de debilidad. Y un corazón capaz de exprimir lágrimas, por lo visto. Se sintió tan conmovido que no pudo evitar rodear su hombro, acercándola a él. Le frotó el brazo, un gesto reconfortante.

-Bueno, ¿me vas a contar ya qué te pasa?

-No tienes que hacer esto. Puedo estar sola. Deberías irte con esa chica... con Angie. Hacía mucho que no hablabais, y yo estaré bien sin ti.

-No quiero irme con ella. Quiero estar contigo.

-Creo que acabo de darme cuenta de algo, y por eso me he puesto a llorar. Creo que he sentido... miedo.

-¿De qué se trata?

Ella no respondió. Buscó la mano de Javi con la suya, y la atrapó entre sus dedos. Él sonrió en silencio, permaneciendo así unos minutos.

-Gracias... por venir a buscarme.

-¿Sabes? Estás preciosa. Pero me gusta mucho más cuando no llevas tacones y vas vestida de negro. Aunque eso de enseñar las piernas no está mal. – Rebeca le pegó con suavidad en el brazo, riendo –. ¿Y sabes otra cosa? – Le agarró la barbilla, obligándola a mirarle a los ojos. Él se perdió en los suyos... tan profundos y azules –. Se me ocurrió el nombre del grupo pensando en ti... en tus ojos. Deep&Blue... No te saco de la cabeza, Rebeca.

Le acarició la cara, y ella anidó la mejilla en su mano. Se acercaron despacio, hasta que sus labios se unieron, dando lugar a un beso que los dos deseaban con fuerza desde hacía mucho tiempo.

domingo, 16 de octubre de 2011

Capítulo 58

Es increíble cómo alguien puede romper tu corazón, y sin embargo sigues amándole con cada uno de esos pedacitos”

Dedicatoria que alguien me escribió una vez en la agenda.


A las siete ya estaba en su casa, preparándose para la gran noche. ¡Estaba tan nerviosa que se cayeron al suelo las tenacillas! Se iba a rizar el pelo, pero después de la caída, dejó de funcionar. Resopló mientras enrollaba el cable alrededor.

-¡Venga ya, lenta! ¡Necesito mear!

Víctor llevaba un rato golpeando la puerta, así que la abrió y lo dejó pasar un momento, mientras ella se extendía una crema de limón sobre las piernas, encerrada en su habitación. Estaba muy contenta, así que puso música alegre. Algo de Zebrahead. Y mientras tarareaba Playmate of the year se preguntó qué se pondría Lucas, y sonrió, segura de que no iba a arreglarse mucho.

Todas las chicas llevarían vestidos elegantes, la mayoría de ellas, supuso, de color negro. Pero ella había preparado un modelito menos formal. Unos vaqueros desteñidos y llenos de agujeros descansaban encima de la cama, junto a una camiseta blanca de tirantes finos y con poco escote. Acompañaría el conjunto con unas sandalias sencillas, sin tacón. Lucas le había dicho que le gustaba más cuando iba poco arreglada, cuando era ella misma. Y quería sorprenderlo acudiendo a una fiesta midiendo doce centímetros menos de lo habitual en esas ocasiones.

Regresó al cuarto de baño para maquillarse. No se maquillaría mucho, solo lo necesario. Un poco de colorete... un toque de lápiz negro, y un poco de cacao de fresa. Lista.

Gracias al percance con las tenacillas, terminó antes de lo previsto, así que pudo caminar tranquilamente hacia el Golden River, con un millón de pensamientos amontonándose en su cabeza y un largo trayecto que recorrer. No cogería el autobús. Tenía tiempo de sobra.

Intentó imaginar las palabras que habría escogido Lucas para su discurso. Fueran cuales fuesen, seguro que era perfecto. Se lo imaginó en su casa, nervioso ante la idea de hablar delante de todos. Aunque, quizás después del concierto, su miedo escénico se habría disipado un poco.

Llegó tres minutos antes de las nueve, y se sentó en uno de los banquitos, a esperar. Estaba segura de que no tardaría mucho en verlo aparecer, y mordiéndose el labio, se entretuvo mirando a unos niños que jugaban cerca de ella, tirándose por el tobogán y lanzándose puñados de tierra.

Volvió a mirar el reloj a las nueve y cinco, y después a las nueve y diez. Era muy raro que Lucas llegara tarde. Sacó el móvil para llamarlo, pero pensó que aún era pronto. Tenía que ser paciente.

A las nueve y veinte lo llamó, empezando a preocuparse. ¿Y si le había pasado algo? Pero estaba apagado. Movió las piernas, nerviosa, dando pequeños golpecitos sobre el suelo.

¿Es que la había dejado plantada? No... cómo iba Lucas a hacer algo así. Marcó el número de Lorena y esperó un par de toques, hasta que su voz, llena de vitalidad, le respondió.

-Lorena, ¿se ha marchado ya tu hermano?

-Sí, se fue hace una hora o así, ¿por qué? ¿No ha llegado todavía?

-No... he intentado llamarlo, pero tiene el móvil apagado. ¿Crees que le habrá pasado algo?

-Mmm... me encontré antes su móvil descuartizado en su habitación. Los trocitos llegaban de una punta a otra, supongo que estaría desesperado con lo del discurso y lo pagó con él. Tranquila, no creo que le haya pasado nada...

Notó la preocupación en su voz, algo totalmente contrario a lo que pretendía transmitir.

-Bueno... esperaré un poco más. Nos vemos esta noche, ¿vale?

-De acuerdo. Y no te agobies, ¿eh? Que seguro que no es nada.

-Claro...


-¡¿Es que te has vuelto loca?!

Eva frunció el ceño mientras retiraba ligeramente el teléfono de la oreja para que la voz de Ismael no la dejara sorda. ¿Cuántas veces la habían llamado loca en los últimos meses?

-Vamos a ver, pedazo de idiota. Te acabo de poner a Ruth en bandeja, ¿y así es como me lo agradeces?

-Voy a colgar.

-Ahora mismo estará sola y desconsolada, esperando a que llegue Lucas. ¿Vas a dejarla allí, llorando a lágrima viva?

Quería que Ruth entrara en el gimnasio acompañada de Ismael, y que Lucas los viera juntos, y decidiera olvidarse de ella para siempre. Pero Ismael colgó sin decir nada más.


Estúpida Eva... ¿por qué tenía que meterlo a él en todos sus fregados? Salió de casa en dirección al instituto, pero cambió el rumbo al imaginarse a Ruth sola, sentada en un banco, y llorando con las manos en la cara. No podía dejarla allí... Iría y se lo explicaría todo. Ella lo comprendería y le daría las gracias, y después él la dejaría marchar con Lucas. No debía aprovecharse de la situación, aunque tuvo que reconocer que se sentía tentado a hacerlo.

Al doblar la esquina del enorme hotel, la vio...

Allí estaba ella, efectivamente, llorando, pero no tenía las manos cubriéndole el rostro. No. Era mucho peor. Dejaba al descubierto un río de lágrimas corriéndole por las mejillas y derramándose sobre sus vaqueros. Se sintió tan conmovido que deseó consolarla entre sus brazos, y acariciarle el pelo hasta que dejase de llorar.

Y cuando Ruth lo vio y se abalanzó sobre él, hundiendo la cara en su pecho, no se sintió con fuerzas para decirle la verdad. ¿Tan malo sería aprovecharse solo un poquito de la situación?

Le daba vergüenza preguntarle por qué lloraba, cuando conocía de sobra el motivo, así que fue un alivio que ella se decidiera a hablar primero, aunque fuera para disculparse por su efusivo comportamiento. Se separó de él sorbiéndose la nariz.

-Lo siento...

-Tranquila.

-Había quedado con Lucas, pero no ha aparecido.

Suspiró. Era el momento.

-Verás, Ruth...

-¡No lo entiendo! ¿Por qué? A lo mejor le ha pasado algo... En cualquier caso, me alegro de que hayas aparecido, Ismael.

Otra vez... Al decirle esas cosas le arrebataba de golpe todas las ganas de explicarle lo sucedido.

-Bueno, tranquilízate. Vamos a ir al instituto, a ver si está allí. ¿De acuerdo?


Leyó por décima vez su discurso. Ya casi se lo sabía de memoria, y cada vez le convencía menos, así que decidió que no volvería a leerlo hasta que no tuviera el micrófono delante y a todo el instituto pendiente de él. Sintió un ligero mareo al imaginar lo que le esperaba.

Echó un vistazo a su alrededor. La gente ya había empezado a llegar, y la presencia del alumnado se notaba, sobre todo, en el ruido que ocupaba el gimnasio. El mensaje de Ruth se había incrustado en su memoria del mismo modo que los rasgos que definen una escultura. Estaba tan enfadado que ni siquiera pensaba pedirle una explicación.

Justo cuando decidió salir a tomar el aire para relajarse un poco, los vio entrar. No se podía decir que rebosaran felicidad, pero allí estaban, juntos.

Ruth lo vio inmediatamente, puesto que estaba sentado sobre el pequeño escenario, y clavó su mirada en él como un cuchillo afilado. Casi sintió el corte de sus pupilas en la piel. Una mirada capaz de arrancarle a uno el corazón. No comprendió aquello. Era él quien tenía derecho a mirarla de ese modo. Mantuvieron los ojos fijos el uno en el otro unos segundos, pero después ella cogió aire por la nariz, lo expulsó, y giró la cara perdiéndose entre la gente mientras colocaba la mano sobre la espalda de Ismael. Aquella imagen lo destrozó por completo. No se podía creer que aquello estuviera sucediendo de verdad. Se vio tentado a arrojar el micro fuera de la plataforma de una patada, pero logró contenerse. Cerró los ojos, y cuando los volvió a abrir se encontró con el papel del discurso arrugado en su puño, y con Víctor.

-Tío... ¿estás bien?

-Genial.

-Ah. Bueno. Ahora... ¿me explicas por qué diablos mi hermana acaba de entrar por la puerta con ese capullo?

Lucas se encogió de hombros con indiferencia.

-¿Por qué no se lo preguntas a ella? Me ha dejado tirado para venir con él.

-¿Qué dices? Si se ha pasado la tarde hablando de...

-Lucas, ve preparándote. Tendrás que intervenir dentro de poco.

Era la profesora de Inglés. Lucas asintió con una sonrisa cansada y se levantó.

-Me voy, luego hablamos. – Resopló –. La que me espera.


-Ruth, ¿qué haces aquí? El discurso va a empezar ya – dijo Lorena tirando de su brazo, cuando la encontró sentada en un banco bajo los árboles del patio.

-Déjame. No pienso escuchar ese discurso.

-¿Qué estás diciendo?

-Pues eso. Avísame cuando termine. Yo estaré aquí... perdiendo el tiempo. Igual que he hecho estos últimos meses.

Lorena se sentó a su lado y le pasó un brazo por el hombro cuando se dio cuenta de que Ruth estaba llorando.

-Eh...

-¿Sabes? Tengo una norma: no salir con un chico que te hace llorar dos veces la misma noche. Y esta es la segunda.

-¿Desde cuándo tienes esa norma?

-Desde hoy mismo.

-Ruth... ¿Qué ha pasado?

-Es tu hermano. No puedes ver todo esto de manera objetiva. Y eso no me vale ahora.

Se enjugó las lágrimas en vano, porque brotaron más antes de que se hubiera deshecho de las primeras.

-Claro que puedo. Y si hay que decirle cuatro cosas bien dichas y darle un tortazo, pues se le da. Ven aquí – añadió mientras la abrazaba.

-¿Por qué no ha venido, Lorena?

-No lo sé...

“Pero seguro que hay alguna explicación” pensó para sus adentros. Decidió no decirlo en voz alta. Cuando tu amiga está llorando por un tío porque le ha dado plantón, de ningún modo puedes sugerir que él tiene algo de razón, aunque ese tío sea tu hermano, y aunque sepas de sobra que, sea como sea, algo de razón tiene que tener. Quizás fuera cierto que no podía ser objetiva.

-Escucha, Ruth. Vamos a ir ahí dentro y vamos a escuchar ese discurso. Y después le damos una paliza si quieres. Pero, por favor, es mi hermano y no me lo puedo perder.

Ruth no pudo evitar reír.

-Está bien. Además, si lo hace fatal tengo que verlo. Dime que lo va a hacer fatal, aunque sea la mentira más gorda que hayas dicho en tu vida.

-Claro que lo va a hacer fatal.


Estuvo genial.

El discurso fue brillante y muy conmovedor. Algunas chicas incluso lloraron un poco. Esas lágrimas de emoción que produce en algunas personas el hablar de la unión entre compañeros y los años y momentos compartidos por todos.

Después del acto, Lucas desapareció.

domingo, 2 de octubre de 2011

Capítulo 57

Una despedida abre el camino, quizás entre lágrimas, hacia un comienzo”


Después de levantarse encendió el ordenador. Era tarde, y ya no le merecía la pena desayunar. Esperaría a la hora de comer. La noche anterior se había acostado tarde y, además, el día había resultado tremendamente agotador: ¡Había escapado del instituto por la ventana!

Recordó que Lorena le había dado su cámara para que subiera las fotos del concierto a Tuenti, ya que ella tenía un problema con la conexión a Internet y no sabía cuánto podrían tardar en arreglarlo. La conectó al ordenador y copió todas las fotos en una carpeta. Mientras se subían las fotos a Tuenti, echó una ojeada y descubrió que una gran parte de ellas era de The Muckers. Sonrió. Terminó viendo fotografías antiguas. Había muchas de los ensayos, alguna que otra en el instituto, también de Nochevieja... Más abajo vio que había un vídeo. Lo pensó un segundo y después hizo doble clic para abrirlo con el reproductor.

Observó aquel parque bajo un cielo nublado, que se movía por culpa del mal pulso del cámara. No tuvo que fijarse mucho para reconocer aquel lugar: el jardín botánico. Pronto se vio a ella, balanceándose en un columpio, de espaldas. Una voz, la voz de Lucas, empezó a decir algo susurrando, y tuvo que subir el volumen del ordenador para poder entenderlo.

Son las... siete y cuarto de la tarde, y me da a mí que está a punto de ponerse a llover. Mmm... a Ruth no parece importarle demasiado. Cuando te balanceas en un columpio todo importa un poco menos. ¡Vaya! Me recuerda a esa niña pequeña que me obligaba a empujar su columpio con fuerza en el parque, hace ya muchos años. “¡Más fuerte!”, decía, y levantaba un brazo, como intentando coger el cielo. Me pregunto si era eso lo que pretendía. En realidad... estos años no la han cambiado mucho. Recuerdo que entonces, cuando la veía jugando en el parque, me decía a mí mismo que seguramente toda la luz del mundo provenía de ella... No sé si sería sincero por mi parte decir que son cosas de niños. La verdad es que sigo pensando lo mismo.

Aquella última frase le llenó los ojos de lágrimas, y sonrió en la tranquilidad de su habitación. El Lucas del vídeo seguía hablando consigo mismo, con la sinceridad de quien no imagina que sus palabras serán escuchadas.

Me pregunto si recordará ella todo eso. ¿Qué estará pensando? De vez en cuando sonríe, así que supongo que será algo bueno. ¿Cómo es posible que no se haya dado cuenta de que la estoy grabando? Es un poco despistada... Pero me encanta eso de ella... Me encanta todo de ella. Me gustaría decírselo, pero... parece que tiene que haber entre nosotros un ordenador, o una cámara, para poder hacerlo.

En el vídeo, se vio a ella misma levantando la cabeza, mirando al cielo. Luego desvió la vista hacia la cámara.

¡Oh, oh! Parece que me ha visto..

¿Estás grabando? Era su propia voz, muy débil por la distancia que los separaba. Bueno, esa voz extraña que sabía que era la suya, pero que no se parecía en nada a la que escuchaba cuando hablaba normalmente.

Haz como si nada.

La Ruth del vídeo paró el columpio con los pies y comenzó a acercarse. Después un montón de colores se mezclaron sin tomar una forma, y recordó que fue entonces cuando le quitó la cámara de las manos y comenzó a grabarlo a él. Pero Lucas se tapó con una mano.

No, no, ahora no te tapes.

Siguió viendo aquellas imágenes, con los ojos vidriosos, hasta que la cámara dejó de enfocarlos a ellos y filmó la hierba verde del césped. Ya solo podía escuchar sus voces, pero eso fue suficiente para trasladarla mediante recuerdos a aquel lugar, a aquel momento.

¿Te puedo besar?

Suspiró. Ella ya sabía el final. Y no era un final con beso.


-¡Fuegos artificiales!

Todos se extrañaron por el saludo de Javi, que acababa de entrar en clase y soltaba su mochila a los pies de la mesa mientras se sentaba.

-¿Fuegos artificiales? – preguntó Ruth.

-Sí. Tu hermano y yo los hemos comprado por Internet.

-¿Mi hermano y tú habéis comprado fuegos artificiales por Internet?

-Algún día tenía que pasar – dijo Rebeca encogiéndose de hombros, sin desviar la vista de su cuaderno.

-¿Y podemos saber para qué? – rió Lucas.

-Ooh... No, no. Creo que no quiero saberlo – añadió Ruth, y después se ayudó de la calculadora para continuar con su problema de Física.

-Pues tápate los oídos. Vamos a lanzarlos en la fiesta de fin de curso.

Los tres miraron a Javi, dejando a un lado por el momento sus respectivas tareas.

-Vais a lanzar fuegos artificiales en la fiesta de fin de curso – repitió Rebeca analizando la frase en su cabeza.

-Exacto. Veo que lo has pillado.

Ella puso los ojos en blanco y volvió a centrarse en sus deberes.

-¿Y no se te ha ocurrido pensar que podrían expulsaros por hacer algo así?

-Si pillaran al responsable, sí. Y en ese caso, Víctor asumiría la culpa. Es su último año en el instituto, ¿recuerdas? ¡Va a ser genial!

-Me imagino la cara de los profesores... – dijo Ruth, visualizando a Francisco Jiménez con su rostro crispado bajo la luz de colorines de los fuegos. Soltó una carcajada –. Sí, tienes razón: va a ser genial.

A él pareció encantarle su comentario.

-Lo tenemos todo pensado. Será al final de la fiesta, después de la charla y todo eso. – Al decir lo de la charla, miró directamente a Lucas, quien dejó escapar un largo y sonoro resoplido.

La profesora de inglés era la encargada del discurso que se daba todos los años al finalizar el curso, y había escogido a Lucas, su mejor alumno, para que lo escribiera ese año. Él no había rechazado la proposición, pero lo cierto es que estaba un poco agobiado con el tema, porque no se le ocurría nada que decir delante de seiscientas personas sin que resultara aburrido.

-¿Y no será peligroso?

-Qué va. Son fuegos pequeñitos... El presupuesto no daba para mucho, ¿cuánto te crees que cuestan los fuegos artificiales? Los lanzaremos desde la pista de fútbol.

-Estáis locos.

Estaban locos, pero no cabía duda de que la idea resultaría ser un éxito entre los estudiantes, aburridos de charlas, cerveza sin alcohol y discursos interminables.


El mismo día de la fiesta, los alumnos de bachillerato decidieron reunirse por la tarde para preparar el gimnasio, el lugar elegido para la celebración. Acudieron casi todos, pero Lucas fue uno de los poco que prefirió quedarse en casa.

-No ha venido – le explicaba Ruth a unos compañeros de clase, que le habían preguntado por él –. Todavía no ha terminado de escribir el discurso, así que se ha quedado en casa.

-Bueno, pero vendréis esta noche, ¿no?

-Claro. Nosotros dos llegaremos un poco antes de la hora... Los profesores le han pedido que viniera pronto, y yo... bueno, le haré compañía para que no se aburra mientras tanto. – Sonrió. La verdad es que le hacía mucha ilusión que Lucas le hubiese pedido que lo acompañara.

-¡Ruth! – exclamó Lorena, que acababa de llegar y corría hacia ella – Antes de que se me olvide. Me ha pedido mi hermano que te diga... que en vez de a las nueve y media... a las nueve en el parque del Golden River. – Pronunció las palabras de memoria.


“Así que a las ocho en el Golden River, ¿eh?” pensó Eva mientras se alejaba de allí, retorciéndose un rizo. Disimuladamente, se acercó a la montaña de bolsos y mochilas que había junto a la puerta, y buscó el bolso de Ruth, asegurándose cada dos segundos de que nadie se daba cuenta de ello. Le costó encontrarlo, pero al fin se hizo con él. Buscó nerviosa su móvil, y cuando lo encontró se fue de allí, a un lugar más escondido.

Lo siento, pero al final no voy a poder estar a esa hora. He quedado con Ismael para ir a la fiesta con él. Nos vemos esta noche.


Lo releyó para saborear un poco más las palabras, y lo que ellas conllevarían. Se preguntó si serían creíbles, pero no se preocupó por eso. Cuando alguien recibe un sms, no se le pasa por la cabeza pensar que otra persona le ha robado el móvil.

Buscó a Lucas entre los contactos, y descubrió que la chica había dibujado con signos de puntuación una carita sonriente detrás del nombre.

“¡Qué tierno!” pensó.

Enviar.

Regresó al gimnasio, intentando ocultar la satisfacción que sentía, y devolvió el teléfono a su sitio. Nadie se dio cuenta de nada.

Ya solo quedaba hablar con Ismael. Y con un poco de suerte, su idea incluso le parecería interesante.


Volvió a leerlo, incapaz de creer lo que veían sus ojos. Pero no lo había entendido mal, ni había forma de malinterpretar ese maldito sms.

Estrelló el móvil contra la pared, mientras un gruñido le hacía vibrar la garganta. Vio cómo saltaba en mil pedacitos, pero no le importó. A la mierda el móvil. Y el mensaje. Y Ruth. ¡A la mierda la fiesta! Por desgracia, ya era demasiado tarde para negarse a dar el discurso. Podría decir que estaba enfermo, pero se estaría comportando como un cobarde. Iría allí, hablaría, y se marcharía antes de poder encontrarse con ella. Con ellos. Porque iban a ir juntos...

Se sentó sobre la cama, alterado, y se paseó los dedos por el pelo, intentando encontrar una explicación a todo. ¿Cómo podía haberle hecho eso? ¿Por qué? Si hacía tan solo unas horas las cosas estaban bien entre ellos. ¿Por qué había decidido ir con Ismael en vez de acompañarlo a él? ¡Con Ismael! ¿Por qué se había mostrado tan fría en el sms? ¿Qué había podido pasar en tan poco tiempo que le hiciera cambiar de idea de manera tan radical?

Quiso volver a leer el mensaje, convencido de que algo fallaba, pero ya era demasiado tarde.